Si los Carnavales de las islas tuvieran memoria la primera imagen que debe aparecer en esta sucesión compleja y abigarrada de personajes, grupos, caretas y transgresiones tendría la forma de un macho cabrío, un diablete, que corre por las calles de la Villa de Teguise y golpea con un pequeño zurrón a todo aquel que encuentra a su paso. Su presencia desata el miedo y también la satisfacción de contar con una de las tradiciones más antiguas de Canarias.

La figura del diablete aparece en Lanzarote de la mano de los monjes Franciscanos en 1402, cuando llegan a la isla con los conquistadores. Al principio sólo danzan en las fiestas del Corpus. Ellos representaban el mal frente al bien, lo que hay que desechar frente a la virtud cristiana. Los hombres se visten con piel de cabra y como máscara se colocan la cabeza de un carnero. Aquellos seres diabólicos transfigurados en bestias provocan el pánico entre los asistentes pero también se convierten en uno de los actos más esperados del Corpus.

Como recuerda Francisco Hernández Delgado, cronista oficial de Teguise, los monjes Franciscanos se proponen hacer olvidar otros festejos paganos que se celebraban entre la Navidad y Reyes. En esas fechas tienen lugar los bailes de brujas y diablos. La iglesia en su lucha por vencer a las tinieblas, logra que aquellos festejos desaparezcan. Y de paso consigue que los aborígenes de Lanzarote, los mahos, acepten la nueva religión. Así los pastores que años atrás habían participado en esa danza ancestral de brujas y demonios deben ahora bailar en la fiesta del Corpus vestidos de diabletes, como estandarte del pecado, del mal frente al bien.

Una vez cumplida la misión de solapar las celebraciones paganas, vuelve a ser la Iglesia en 1870 la que decide prohibir esta danza en la procesión del Corpus, lo que obliga a Los Diabletes a trasladar sus bailes a las fiestas del Carnaval.

La parranda marinera

Y en este recorrido por el Carnaval de Lanzarote hay que detenerse en su capital, Arrecife, y en su parranda con más pedigrí, Los Buches, de la que existen referencias históricas que datan de 1890, cuando René Verneau en una visita que realiza a la isla tropieza "con grupos de hombres y mujeres disfrazados. El vestuario que se usa en estas mascaradas es el de los campesinos... Va gente tocando la guitarra y cantando€ y provistos de unas vejigas de pescado enormes, con las que golpean a todos aquellos que encuentran".

Para los marineros poder estar en puerto durante estas fechas era vital. Después de pasar varios meses fuera de casa, pescando de sol a sol en la costa africana, necesitaban atracar el barco y casi con lo primero que encontraban saltar a tierra en busca de la diversión soñada. Además, los carnavales les permitía seguir de parranda con la seguridad de no ser reconocidos, la mayoría prefería escudarse en la máscara y la compañía de un buche, esos estómagos de pescado de gran tamaño, que una vez secos con sal, se inflan y sirven para golpear a todo aquel atrevido que se acerque hasta ellos. Y así vestidos con cuatro trapos, alguna copa, el buche en la mano y muchas ganas de disfrutar hasta que el cansancio tumbara sus energías, los marinos se lanzaban a la jarana por las calles y casas de Arrecife.

Será en 1963, cuando un grupo de habituales de estas fiestas, entre los que se encuentran hombres de la mar, pero también representantes de la burguesía lanzaroteña, como los Spínola, Guerra, Negrín deciden formalizar esta agrupación y como nombre eligen el de Parranda Marinera de Los Buches.

Los Carneros de Tigaday

Como si las bestias hubieran despertado de un extraño letargo, en el pueblo herreño de Frontera todos esperan que con el carnaval aparezcan por sus calles Los Carneros de Tigaday. Ataviados con zaleas, piel curtida de animal que conserva la lana, y la cara cubierta con una auténtica cornamenta de carnero, estas figuras se lanzan en busca de los paseantes y los embadurnan con betún hasta que entre el miedo y la risa todos caen rendidos ante la embestida de estos persistentes carneros.

La tradición de los carneros se recuperó después de la guerra civil española gracias a la labor de Benito Padrón, quien decidió recobrar esta figura y que años más tarde se ha convertido en una de las señas de identidad de los carnavales de El Hierro. Al principio, don Benito salía solo por las calles de Tigaday. Envuelto en su piel curtida de oveja o carnero, tiznado con el hollín de los calderos recorría el pueblo. Para muchos se trataba de la locura de un hombre, casi nadie entendía el fervor y el buen ánimo de este vecino de Frontera dispuesto a salir a la calle vestido de aquella forma. Sin embargo, con el paso de los años, aquella labor ha dado sus frutos y tal como recuerda Aday Cejas, "si hace un tiempo, apenas salíamos cinco o seis carneros, este año te puedo decir que seremos unos 40".

La fiesta de bienvenida

En La Palma el Carnaval llega al puerto a través de los indianos, aquellos emigrantes que salieron en busca de una vida mejor en las Américas y que retorna a su isla después de haber conseguido riqueza y prosperidad. Y en el puerto son recibidos con grandes festejos.

La parodia de Los Indianos en el Carnaval palmero aparece por primera vez en la década de 1920 cuando un grupo de amigos organiza este desfile. Este acto se consolida en 1966 cuando Los Indianos se integran en el programa del Carnaval. Sin embargo, de forma similar a lo que ha ocurrido en El Hierro con sus Carneros, ahora ya una celebración consolidada, en la década de los 80 según constatan las crónicas los participantes de los pasacalles de Los Indianos no superaron la centena. Quién les iba a decir que treinta años después miles de personas abarrotarían las calles de la capital palmera, rociados como debe ser con polvo de talco.

Los extraños artilugios

Seguramente no tienen las raíces históricas que sí lucen y distinguen a Diabletes, Buches, Carneros y también Indianos, pero Fuerteventura quería aportar al Carnaval de su isla un componente novedoso, singular. Y así en uno de esos encuentros habituales que mantiene los componentes del grupo majorero Así Andamos hace ya 17 años se lanzaron con la creación de la regata de los Achipencos (Artilugio Carnavalero Hidrodinámico Impulsado por Energías No Contaminantes, Obviamente) y triunfaron, hasta convertirse en el acto del carnaval de Puerto del Rosario más esperado de las fiestas. Lo imprescindible es que estos artilugios, hechos con material reciclable, como bidones o garrafas de agua, aguanten a flote desde la rampa del muelle de la capital majorera hasta la playa de los pozos más conocida como Playa chica. Y en esta particular y jocosa regata no gana el primero en llegar a meta, sino aquel que demuestre estar en posesión de una mayor originalidad de decorados y sus elementos de flotación. Y previo a este acto tiene lugar la carrera de los Arretrancos, otros artilugios, a los que sólo se les pide que rueden sin romperse por las empinadas calles de Puerto.