Debajo de una lona azul, y aparcado entre las oficinas del tipo contenedor que conforman un pequeño pueblo detrás mismo del gran escenario del parque Santa Catalina, se esconde un inédito modelo Burratti de los años 20. Es verde, con un gran radiador presidido por el emblema de un burro rampante, está equipado con cinco confortables asientos, algo inédito para un modelo de la marca, y como extra equipa una rueda de repuesto de carrito de supermercado.

Es un mixturado entre Bugatti y Ferrari diseñado y fabricado por los pequeños ingenieros del Colegio Marpe, de Altavista, contratados a su vez por el equipo de cinco personas que se ocupan de lograr todo aquello que al director de escena, Israel Reyes, necesite para ambientar los distintos números de las galas, "como si es un piano de cola que hable", o un burro volando.

En el caso del Burratti el modelo se logra tras ver a los escolares cómo se las ingeniaron en el concurso de disfraces, ahí se doctoraron para recibir el encargo, que aceptaron con gusto. Pero el tinglado no acaba ahí, ni mucho menos. Para darle ambiente a unos años 20 se requieren teléfonos de los años 20. Ni de los 10, ni de los 30.

Y maletas de viajes, sombreros de gánsters, periódicos como el New York Times, silbatos con cadenas para guardias a la captura de maleantes, zapatos..., y todo aquello que hace falta para que 150 figurantes parezcan y luzcan tal cual casi un siglo atrás.

Pero, ¿cómo se hace? Primero formando un equipo que se denomina de regiduría y que gestiona tres tipos de utillería o atrezo: la enfática, que como la del Burratti puede representar una acción; la de mano, que es la que lleva el figurante para determinar cuál es su papel, como las maletas en una estación de tren, y la de escena, que es ese teléfono del año 1 después de Alexander Graham Bell que apoya la sensación de trasladarse a otro tiempo.

Adae Santana, que lleva en el Carnaval capitalino doce años dedicado específicamente a estos trajines, comanda un grupo formado por Idaida Guadalupe, Lorena Mares, Hugo Medina y José Manuel González, que conforman una mezcla de productores, operarios de pretecnología avanzada y consultores telefónicos.

Allí estaban ayer, en una mesa convirtiendo copas de champán vacías en llenas, dando magia al asunto a base de trampantojos y trucos. Hugo Medina explica, mientras estiba una caterva de botellas con destino al tráfico ilegal de alcohol en una caja, que todo comienza a partir del momento en el que se elige la temática del carnaval, y sobre todo de qué van a ir los figurantes y la escenografía.

Ahí empieza una carrera contrarreloj, de llamadas de teléfono a anticuarios, particulares, tiendas del carnaval, y hasta a los chinos, para conseguir los más mínimos enseres, ya sean prestados, alquilados o comprados.

Como ocurre con una preciosa bañera antigua de cuatro patas que se encuentra justo enfrente del capó del Burratti. El meollo requiere dar con ella y luego de negociación. El propietario está encantado de prestarla, "pero nos llamó para advertirnos que no podía ayudarnos ni a bajarla de su casa ni a subirla". Cuando el trasto regrese a su dueño llegará con dos extras, porque se la encontrará restaurada y porque además aparecerá el nombre del 'donante' en los créditos de la producción.

Esto a su vez implica saber qué objeto lleva quién el día de autos y pasar revista al inventario con cada ensayo, de manera que una lupa de detective no acabe en el domicilio equivocado, ya que hay que devolverlos en tiempo y forma a sus propietarios.

Pero más complicado se pone el panorama cuando el atrezo está vivito y coleando. Como cuando se requiere un poni. Conseguirlo no es muy difícil, pero otra cosa es 'aparcarlo', darle de comer, y atenderlo durante las horas previas a su aparición estelar para que salga bien contento.

Precisamente para tener contento al que fuera presentador de la gala Boris Izaguirre en la gala drag de 2009 el equipo de Adae aún recuerda la desquiciadera. Le dio por ponerse unas plataformas no más verlas y las únicas que le quedaban bien eran justo la de los participantes, que no estaban por la labor de salir en chanclas. "Hubo que adaptar unos zapatos altos y convertirlos en plataformas en el último minuto".

Y salió bien porque Boris Izaguirre no se riscó desde las alturas, y salvo expertos en la materia, nadie recayó en la trola a pesar del minucioso barrido televisivo, logrando otra vez una de las máximas del equipo, "convertir en realidad las cosas que no existen".