"Póngame mil salchichas, 30 kilos de pechuga, 20 de lomo, 20 de vueltas, 30 kilos de hamburguesas y 1.900 panes, por favor". No es que David Suárez tenga un hambre atroz, sino que se trata de la comanda que requiere su gran chiringuito para despachar a los cientos de personas que pasan por delante de sus tres puestos en el momento de las galas de respeto.

David Suárez, en un día de estos, se levanta a las ocho de la mañana y se acuesta cuando vuelvan a dar las ocho de la mañana del día siguiente en una vertiginosa espiral que se inicia apenas abre las panorámicas viseras de su fenomenal remolque.

Pero, de entrante, ¿cómo funciona ese remolque y de dónde lo ha sacado? Pues de la fábrica de remolques de comida, que también las hay, y que se encuentra en este caso que nos ocupa en Caldes de Montbui, un pueblo de 17.000 habitantes de la provincia de Barcelona y que atesora las fuentes termales con una de las aguas más calientes de Europa, que por eso se llama Caldes.

La de David tiene un precio de unos 60.000 euros, fabricada por la empresa Conan, y se levanta sobre dos ejes que sostienen 4.500 kilos distribuidos en una cocina de tamaño industrial con arcones congeladores, planchas de gas, hornos eléctricos, lavaplatos, campanas extractoras, freidoras, televisor, una veintena de fluorescentes y todo aquello que siempre quiso un piscolabis y nunca se atrevió a pedir a un aparejador, en un combinado que entre coche remolcador y tinglado remolcado alcanza los doce metros de longitud.

Solo para darle macho en carnavales necesita una inversión inicial de 4.500 a 5.000 euros, de los que buena parte se van en el creciente canon que solicita el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria para posarse en la trasera del Santa Catalina, y que asciende a 2.300 euros, 300 más que el año pasado, y otros 300 menos de los que pretendía este año, rebajados por el conato de motín que presentaron los puesteros.

El resto es mercancía y contingencias. Como el gasto en gasóleo de la ruta del abastecimiento de los que como David se enfrentan a una noche fuerte en la fiesta. Ahora son las doce del mediodía, pero comenzó a las ocho de la mañana con una visita al Mercalaspalmas, para regresar al puesto, y de allí a buscar los cárnicos, otro viaje más, y por último a El Sebadal, a hacerse con un... amortiguador.

¿Un amortiguador? Sí, para una de las viseras que al abrirse se transforman en la barra. "Aquí hay que hacer de mecánico, de electricista, planchista, chófer y camarero". Cuando estibe todo, y ajuste el dichoso amortiguador, tira para su casa a preparar el lomo, el majado, el ali-oli o a picar pollo y jamón, para regresar de nuevo a las cinco de la tarde y "preparar para abrir".

Que es a la siete, cuando lleguen los 14 trabajadores que necesita para cubrir las siguientes horas en las que ofrecerá perritos calientes en sus mil configuraciones y otros tantos de hamburguesas, papas locas y papas cuerdas, en una fuga que implica montar un perrito "en cero coma".

Así hasta al menos las seis de la mañana, tras cerrar a las cuatro y media y dejar todo en estado de revista para la jornada siguiente.

Para forrarse. "No, no, no. Lo comido por lo servido, si acaso para lograr un salario porque han ido arrinconando y encareciendo los puestos, que por cierto son fundamentales para que una parte de la gente no caiga en el coma etílico". Un esfuerzo pues un tanto inútil, de tal forma al gremio se le ha llenado la cachimba y se está planteando abandonar o marchar a Tenerife para los carnavales del 17.