"Qué el glamour no falte". Este es el principio que rige la creatividad de Alfonso García Camacho a la hora de confeccionar la indumentaria con la que se echa a la calle durante las carnestolendas. O lo que es lo mismo, en los disfraces que cada año se elabora este vecino de la calle Padre Cueto no escasean las lentejuelas, ni las plumas, ni mucho menos la pedrería que él transforma a su antojo en lo que se le antoje. En su pequeña casa un pendiente, de repente, puede convertirse en un collar o el broche de un bolso o de unos zapatos a golpe de aguja e hilo, o tal vez de taladro. Pero no es este espíritu de renovarse o morir de García Camacho el que le ha hecho famoso dentro del mundo carnavalero. A él se le ve venir a distancia, ya sea en la Gala de la Reina, la Cabalgata o el Carnaval de día. ¿Y por qué? Por el enorme sombrero mejicano "tuneado" con el que se pasea las horas que hagan falta por su ciudad.

Corría el año 1976 cuando a Alfonso García se enteró de que Los Caribes iban de La Isleta a tocar al parque Santa Catalina. "Yo me fui con unos amigos a esperarlos a una esquina y, después, nos fuimos a bailar", rememora divertido. Para semejante ocasión no dudó en colocarse una enorme palmera decorada por flores. Fue ahí cuando se despertó la pasión por los gorros como el rey de sus complementos para los carnavales. Si bien fue poco más de una década después cuando terminó de perfeccionar y arraigar esta costumbre.

De esas primeras obras de arte para adornar la cabeza y captar las miradas ajenas queda tan solo el recuerdo y alguna que otra instantánea. "Podría tener más, pero he sido muy brutito y no me saqué fotos", señala mientras busca el álbum en el que sí conserva imágenes y recortes de prensa de lo que ha sido parte de su paso como un ya consolidado personaje del Carnaval. También guarda de sus creaciones retales de tela por si tienen algún tipo de utilidad en vestuarios futuros, pero no más. "Mi casa es muy pequeña y yo no puedo almacenar aquí más que lo justo. Con los años he aprendido a ser práctico y así soy más feliz, así que no guardo los trajes, los desarmo".

Prueba de ello son las cajas de plástico llenas de coloridos objetos que atesora bajo las sillas del salón que también hace las veces de dormitorio. En esos "baúles" pueden aparecer desde bisutería hasta bolsos de todos los estilos que, como él mismo indica, "tunea" acorde al tema que predomina en el sombrero. Todo está perfectamente ordenado, al igual que el armario que tiene en el balcón donde deposita la maquinaria más elaborada y en cuya parte superior lucen pinturas y pinceles. "Cuando me voy a hacer el vestido lo tiro al suelo y ahí lo corto, pero el sombrero lleva más trabajo y aquí tengo yo mis herramientas", explica mientras saca el taladro poco antes de mostrar la variedad de tornillos que usa para garantizar la supervivencia del gorro.

Y es que Beautiful Girl, la muñeca que le consiguió su hermano hace ya 25 años y que siempre le acompaña desde las alturas del sombrero, tiene que ir segura. "A ella le hago su vestido, el tocado y, por supuesto, le pongo sus joyas". Desde luego, a la mujer de plástico no le falta detalle alguno gracias a unas manos de artista. "Si tuviese 20 años menos yo estudiaría diseño", confiesa quien ha aprendido todo lo que sabe de manera autodidacta y cuyo mayor anhelo es tener un taller donde desarrollar su creatividad.

Ingenio a raudales

Pero si de algo va sobrado García Camacho es de ingenio. Ya sea con un traje de novia tintado, con frutas artificiales o con los juguetes que ya no usaba su sobrina María, este isletero de nacimiento y de madre gaditana es capaz de dar vida a una indumentaria que no deja indiferente. "A la gente le gusta hacerse fotos conmigo", cuenta divertido. Para él, que lleva el Carnaval "en el corazón", es muy importante dar a conocer la fiesta que le da tanta vida. "Me suelen decir que lo pase bien y yo siempre contesto que si lo paso mejor, me muero".