Hace 22 años Las Palmas de Gran Canaria aportó su granito de arena al libro de los grandes desastres de la Humanidad con la que se podría denominar la Gala de la Caída del Imperio del Palomo Cojo, un acontecimiento convertido en suceso que traspasó las fronteras archipielágicas, al igual que ocurre con los terremotos, inundaciones o desprendimientos del tino.

En aquel año gobernaba en la ciudad el PSOE de Emilio Mayoral, en una era de revoltura en los distintos servicios municipales donde nada andurriaba como cabría de esperar.

En ese contexto el Ayuntamiento, y a través de su entonces concejal de Cultura y presidenta de la Sociedad Anónima Fiestas del Carnaval, Lucía Romero, y con la inestimable aportación de su gerente Dania Dévora, tuvo la ocurrencia de parir a la madre de todas las galas, despojando a los grupos tradicionales de la parranda de su papel en tal estelar ocasión además de a los propios creadores isleños, para contratar una cosa peninsular llamada Factoría B, productora que traería la sofisticación metropolitana y continental que, al parecer, no aportaban los indígenas.

Nombres como Paola Dominguín, Guillermo Montesinos o Ramoncín eran, en principio, suficientes para lanzar la elección de la reina al más allá, un despegue que además era el primero que iba a ser retransmitido por TVE a todo el territorio nacional y al resto del mundo por su canal internacional.

Algo así como de La Isleta a Hollywood. Pilar Alarcón era la entonces directora de TVE en Canarias y sus expectativas, según las entusiastas entrevistas previas, eran de carácter global, donde el planeta Tierra podría ver cómo nos las gastábamos aquí, "en este marco incomparable" en medio del Atlántico y a 18 grados centígrados.

Para ello se cambió la ubicación y se desplazó un escenario a la plaza Saulo Torón de La Puntilla. Por su cualidad televisiva se decidió que solo 3.000 personas asistieran a eso, vallando el pequeño recinto cuyas medidas no eran siquiera aptas para acoger a la flota de reinas en su conjunto, como se demostraría después con un monumental atasco.

Para las siete y media de la tarde -quince minutos antes de su prevista hora de inicio-, 6.000 personas extras rodeaban amenazadoramente el perímetro, algunos armados de armas de extinción masiva como tortillas, bollería y bocadillos, a los que a las ocho de la tarde, cuando ya se cumplían 15 minutos de retraso, se les llenó la cachimba y entraron en tromba, igual gente con las piernas escayoladas, que miembros eméritos de clubes de la tercera edad. La estampida obligó a la Policía Local a repartir galletas, queques y coscorrones, a modo de calentamiento de lo que vendría después.

Una vez atemperadas las hordas comienza lo que se llamaría primera parte. Esto es el desfile de las candidatas, que dado el retraso, se trastoca en una primitiva Transgrancanaria en el que las potenciales reinas, con sus tarajullos de hasta 35 kilos de peso, salían enfocadas a tal velocidad que la candidata por la Asociación de Vecinos Virgen de la Vega, que portaba sobre su moño un gigantesco palomo con huevo incluido de su fantasía Novia de la paz con amor, trabucó con su tinglado con mucho aparato de tal forma que de repente lució como si la hubiera secuestrado un cernícalo, todo ello bajo el estupor de un público que no hacía más que recibir disgustos por popa y proa.

Acabado este insólito entrante, quedaba el segundo, cuyas expectativas eran tan ilusionantes como su presupuesto, 40 millones de pesetas. A cuenta de que el tema del Carnaval era el de las Mil y una noches se representaría una singular metáfora de la Lámpara de Aladino, adaptada, según el concepto de los peninsulares, a la peculiar idiosincracia del canario.

Pero tampoco empezaba. La gala hizo un negro de media hora, mientras la voz en off de Florinda Chico le rezaba a la Madre Milagros y Paola Dominguín y Ramoncín discutían el guión en un visible aparte, para arrancar con la siguiente -y muy harto fatídica declamación-, de un Montesinos convertido en fenómeno aerofágico: "Soy el peo de la genia", arrancó. "¡El bufo!", sentenció.

Nunca un gas llegó tan lejos. Por lo menos hasta Caracas, donde este periódico recibió una llamada de una televidente muerta de " vergüenza", que inauguró miles recibidas en aquella noche de autos en la que se tuvo que disponer a seis redactores en la centralita. Un viento creciente, como si el alisio también se encorajinara se colaba por los micrófonos, los efectos especiales no funcionaron y las dos sábanas a modo de escenografía amagan con abandonar el Saulo Torón. Ahora sale Ramoncín, en estado mil güisquis, sin que se sepa hasta la fecha si era parte del guión o por iniciativa propia.

La única que acertó en la hecatombe fue una despampanante Marta Sánchez que lo bordó con el título elegido: Desesperada.

En ese momento se recibe otra llamada en redacción, un lector que exigía que "el Gobernador Civil suspenda el acto".

El acto no se suspendió, pero sí la presidenta de la Sociedad, que añusgada y con ojeras de paquidermo presentaba su dimisión junto a Mayoral en una no menos caótica rueda de prensa al día siguiente, jornada en la que este redactor, mientras entrevistaba en un bar de Las Canteras a un Ramoncín que amagaba él también con denunciar a Factoría B "por cargarse 20 minutos de guión" sin avisar, tuvo que separarlo de un parroquiano en copas testigo del esperpento de la noche anterior.

Pero las agarradas no terminaron ahí. Coalición Canaria exigió la dimisión "en menos de 72 horas", de Mayoral. El PP, auditar los gastos de la escala en Hi-fi. El Patronato de Turismo hablaba de un siniestro porvenir, y la Federación de Empresarios auguró unas "graves consecuencias económicas para el futuro" y la fin del mundo.