El director mexicano Alejando González Iñarritu, en busca de la pura potencia emocional cinematográfica; el brasileño Walter Salles con dos insignes repentistas en acción "a 8.944 kilómetros de Cannes"; y el chileno-francés Raúl Ruiz, con un "don" en el que antropología, indigenismo y tecnología se hacen surrealistas, son los tres iberoamericanos de la cinta.

Son tres de los 33 regalos de tres minutos cada uno que constituyen una película exquisita, "vital para la historia del cine", se oyó decir tras su primera proyección de prensa.

La lista definitiva de artistas, procedentes de 25 países de los cinco continentes que componen este mosaico quedó configurada por la invitación del presidente del festival, Gilles Jacob, quien concibió la idea y la produjo, y por las disponibilidades de los realizadores solicitados.

No están pues, sin duda, todos los insignes miembros de la familia Jacob-Cannes, pero sí muchos de ellos, como Roman Polanski, Manoel de Oliveira, el decano de los realizadores del planeta, Theo Angelopoulos, Ken Loach, Nanni Moretti, Claude Lelouch, Lars Von Trier, Andrei Konchalovsky, Wim Wenders, Olivier Assayas o los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne.

Les acompañan Bille August, Jane Campion, Youssef Chahine, Chen Kaige, Michael Cimino, Ethan y Joel Coen, David Cronenberg, Raymond Depardon, Atom Egoyan, Amos Gitai, Hou Hsiao Hsien, Aki Kaurismaki, Abbas Kiarostami, Takeshi Kitano, Elia Suleiman, Tsai Ming-liang, Gus van Sant, Wong Kar-wai y Zhang Yimou.

El objetivo era reunir a un grupo de creadores "universalmente reconocidos, representantes a la vez de su país y una concepción orgullosa del cine".

En efecto, son grandes, y por ello sus obras son tan diferentes aunque algunas coincidan en hablar de llanto, de risa, muy a menudo; de amor, todavía más; de desesperanza, de cine mudo, de guerra, por supuesto; y de comida.

Se come bastante dentro de "Chacun son Cinéma". Naranjas, por ejemplo, con Wong Kar Wai, o frutas exóticas con Tsai Ming-Liang, mientras que Gus Van Sant ilumina de mar el amor y el decorado de estilo "Mil y Una Noches" de una antigua sala de cine monumental situada en Portland.

Este era el tema central de la película, la única condición, para participar en este regalo mutuo que se hicieron Cannes y los cineastas del filme: hablar del lugar vital para el cine que es la sala donde se proyecta -donde se proyectaba- según algunos realizadores como David Cronenberg, cuyo filme es una alerta de agonía.

"El cine ya no es el cine", tanto en el futuro como en la actualidad", pues "el formato tal y como le conocemos pertenece al pasado (...) no puede sobrevivir", aseguró el cineasta en la rueda de prensa que siguió a la primera proyección del filme.

En él, Atom Egoyan había evocado la misma metamorfosis, aunque sin considerarla mortal, al situar a sus protagonistas en sendas salas de cine, para filmar uno de ellos el retrato de una histórica "Juana de Arco", en blanco y negro, y enviarla por teléfono al amigo con el que al mismo tiempo "chateaba".

La sala de cine, ese lugar oscuro donde se goza de absoluta libertad para imaginar y vivir íntima, y a la vez colectivamente, la experiencia ofrecida por un cineasta y su equipo se presta a todas luces a múltiples actividades y visiones.

Así, los hermanos Joel y Ethan Coen, en una prolongación de la cinta con la que ayer compitieron por la Palma de Oro "Not Country for old men", hacen descubrir a su vaquero protagonista el cine turco; Takeshi Kitano, pierde a su espectador en un imposible cine campestre, y Andrei Konchalovsky hace el amor en una sala vacía donde se proyecta a Fellini, para emoción de la empleada de la sala.