La exposición, que estará abierta al público hasta el 30 de marzo, reúne 43 pinturas, 39 dibujos, 41 fotografías y una veintena de piezas de arte primitivo, así como cinco grabados y cinco 'collages'.

En el inicio de la exposición se pueden contemplar obras de clásicos franceses como Le Nain, Chardin o Corot, piezas, sin embargo, muy vivas para Picasso, "ni fríamente académicas, ni banalmente ilusionistas".

En la siguiente sala aparecen artistas una o dos generaciones anteriores al pintor malagueño, ninguno impresionista: Degas, Gauguin, Seurat y Vuillard.

El comisario de la exposición, Philippe Saunier, del Museo Picasso de París, ha señalado hoy en la presentación que "se trata de la colección de un esteta, no de una persona que acumula obras de arte, sino de alguien que colecciona obras que le gustan".

Aunque Picasso admiraba a Van Gogh, cuyas apasionadas transposiciones de la realidad se alejaban de las serenas visiones de los impresionistas, el pintor holandés no está representado, si bien, concreta el comisario, "le sustituye, a su manera, 'La viña', de Van Dongen, con su nota expresionista".

Cézanne y Renoir están bien representados como "disidentes" del impresionismo, el primero en sus paisajes y sus sólidas figuras, y el segundo en sus grandes desnudos.

En el ecuador de la muestra se pueden ver las figuras de arte primitivo, entre ellas una docena de figuritas de arte ibérico, que tenía Picasso, en las que beben muchas de sus máscaras, cerámicas o pinturas.

Ese primitivismo, entendido como simplificación o reacción contra todos los manierismos, también se percibe en algunos de sus cuadros como en las obras de Gauguin, de Derain, del Aduanero Rousseau o en un autorretrato de Joan Miró de 1919.

Un apartado especial se centra en la "admiración y rivalidad" que se profesan Picasso y Matisse, una relación que se intensifica a partir de la II Guerra Mundial, cuando los intercambios de obras se multiplican antes de que empiecen a circular también las palabras.

En su colección Picasso también cuenta con obras surrealistas, entre ellas dibujos de Salvador Dalí, de quien se distanció a raíz de las simpatías franquistas del pintor ampurdanés.

Las fotografías distribuidas a lo largo de la exposición ilustran cómo se fue construyendo la colección: "Picasso no siempre cuelga los cuadros, a veces ni los enmarca y en muchas ocasiones simplemente los dejaba en el suelo".

A su juicio, es "una colección de estudio, que Picasso utilizaba para alimentar y enriquecer su particular imaginario".

Otra de las particularidades de este conjunto, remarca Saunier, es "la relación de Picasso con la realidad, pues la mayoría de las obras son figurativas y prácticamente no hay obras abstractas".

La exposición se cierra con las obras de sus "amigos", tanto los de la época de Barcelona, como los de sus primeros años en París, así como unas caricaturas que le hizo Jean Cocteau durante su estancia en Roma en febrero de 1917, cuando ambos prepararon los decorados y vestuario de "Parade" para los Ballets Rusos.

Mucho más tarde el pintor americano Mark Tobey dejará testimonio de su admiración por el maestro a través de unos grabados.

Antes de su muerte en 1973, recuerda Saunier, Picasso expresó su deseo de que su colección particular fuera donada al Estado francés "para que sirviera de inspiración a los jóvenes artistas, lo que confirma esa idea de que estamos ante una colección de estudio".