Con el aforo de Auditorio Alfredo Kraus agotado, comenzó el jueves la excitante travesía histórico-estética de un nuevo Festival de Canarias, el vigésimo cuarto, comandado por Juan Mendoza Rosales con un repertorio tan rico y variado como quepa desear.

La Orquesta Filarmónica de Gran Canaria tuvo este año la responsabilidad inaugural, con su director titular y artístico en el podio: el joven y ya consagrado maestro Pedro Halffter, artista integral cuyos incesantes compromisos en el exterior alternan con un trabajo impagable en Gran Canaria y Sevilla. Auténtico privilegio para la cultura musical de las Islas, son inmensas las prestaciones que nos reserva su juventud, inspiración y saber. Para empezar, manifiesta una nada común valentía para la incursión en repertorio nuevo. Este programa de apertura tuvo la partitura completa del ballet raveliano Dafnis y Chloe, "tour de force" con el que muy pocos directores se atreven fuera del disco. Todo ballet tiene partes genuinamente sinfónicas y otras ilativas o ilustradoras de lo que se visualiza. En éste, sin embargo, que es todo sustancia, para afrontar sus dimensiones es indispensable un gran talento y una energía indesmayable.

Como siempre, la Filarmónica lució con su director titular un nivel de respuesta privativo del intenso feed-back que consiguen. Por espacio de más de una hora disfrutamos a tope del arco iris de la paleta de Ravel, los grados sutiles de su dinámica, el cromatismo exquisito, la plasticidad y el oído tímbrico, y las cumbres o abismos de un refinamiento decadentista que se regenera en la violencia orgiástica.

Sin que fuese una gran noche de las embocaduras de los metales, el maestro -sin batuta en esta obra, como queriendo liberar todas sus potencias y no embridarla en armaduras rígidas- montó nítidamente los contados motivos que sostienen la escritura y se volcó en la genialidad de las texturas instrumentales, los hallazgos del color, la mercurial diversidad de los ritmos y la maleabilidad incomparable del material sinfónico.

La belleza apabullante de la tercera parte del ballet, que es la que conforma la celebérrima Segunda Suite en las salas de concierto de todo el mundo, fue la apoteosis del virtuosismo de nuestra Orquesta, "dilatada" por las vocalizaciones sin texto, como pinceladas de color admirablemente "atmosféricas", del Coro de la Filarmónica que dirige -siempre mejor- Luis García Santana.

SOLISTA. Comenzó la velada con el Tercer Concierto para piano de Beethoven, con un solista, Olli Mustonen, redicho y pedante, instalado invariablemente en el tocco staccato, sin un solo canto ligado ni un gramo de moción. Completamente fuera de estilo, nos castigó con un Beethoven disecado en laboratorio y trufado de rubato que parecía querer remedar en un gran cola actual la agria sonoridad de los pianos de hace dos siglos.

Inevitablemente, un solista tan amanerado determinó en la orquesta una sonoridad apocada y tímida, no siempre bien afinada. En cualquier caso, plácemes sonoros al Gobierno Autónomo, a las empresas patrocinadoras y al publico del Festival por mantener en alza estas citas de "primo cartello" mundial, que proyectan el nombre de Canarias al menos tanto como el sol y las playas.