El primer año que celebramos el Festival ya usamos el albergue de centro de operaciones. Cuando los invitados llegaron y se encontraron en medio del viento, en este edificio alejado del mundo y desde el que, además, se ve el mar, bautizaron el edificio como Alcatraz y así se ha quedado", explica el coordinador del Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes, Antonio Lozano, momentos antes de la hora del almuerzo. En este lugar en el que se juntan gentes de distintas procedencias y sensibilidades complementarias se ciernen amistades eternas en torno a los platos magistralmente cocinados por Torica y a la música y la charla que se pueden alargar hasta las seis de la madrugada en el bar.

"Precios de Alcatraz", reza un cartel en la pared, detrás de la barra. Un cubata, un euro cincuenta. Cada uno tiene su vaso con su nombre, que hay que cuidar el medio ambiente. El bar es el alma del Festival. Aquí se reúnen los actores, directores, conferenciantes, técnicos, trabajadores de la organización, voluntarios... "A media mañana nos tomamos un tentempié y después de la cena se forman aquí todo tipo de debates, bailes o charlas de manera espontánea, sin que nosotros planeemos nada", revela Antonio, que cree que "muchas veces el arte llega por el pensamiento, pero también por la emoción". Esa emoción que se contagia en cuanto se pasa un ratito en este Alcatraz tan especial.

Aquí se alojan, comen y viven la mayoría de los invitados y de aquí surgen proyectos que luego se van madurando. "El contacto con los artistas africanos ha despertado, por ejemplo, el interés de los directores de la Compañía Meridiano de Madrid y de Producciones del Mar por hacer algo relacionado con el teatro en África. Nos hemos puesto en contacto con una ONG de Tenerife que ya tiene proyectos muy asentados y vamos a ver qué surge de ahí. Yayo Cáceres, del grupo Ron Lalá de Madrid, y Juan Margallo también han manifestado su interés por participar", revela Lozano. "El teatro es una herramienta maravillosa de concienciación entre la población analfabeta. Aquí tenemos un grupo africano que trabaja con marionetas y demuestra que se pueden hacer cosas muy interesantes", añade.

Antonio es el coordinador del Festival, pero hay distintos equipos y cada equipo tiene un jefe. Él se reúne cada día con ellos para hacer un chequeo de cómo van las cosas. "Tenemos un equipo técnico, uno de escenografía, otro de sala, el de secretaría, el de transporte, el equipo del bar, la gente de cocina, la de prensa... Son siete personas del Ayuntamiento y unos setenta u ochenta voluntarios", enumera el coordinador del Festival.

Gali Artiles ha sido voluntario del Festival desde la primera edición y desde hace dos años trabaja en el Ayuntamiento. Tenía 18 años cuando se unió al proyecto. "De aquella primera experiencia surgió un grupo de teatro juvenil, que se llamó Ivannana, y que duró diez años", afirma, con un papel en la mano y corriendo de acá para allá, muy atareado como miembro del equipo de secretaría.

Pero hay otro voluntario sin el cual el público se quedaría sin información de los espectáculos. Es Carlos, el hijo de ocho años de Antonio Lozano. Y hay lista de espera. "A mi otro hijo, Javier, que está frito por ser voluntario, pero es muy pequeño, le hemos dicho, para dejarlo tranquilo, que las normas del Festival dicen que sólo se puede ser voluntario cuando se cumplen ocho años, y, el otro día le dijo a su abuela que ojalá cumpla pronto los ocho para participar", dice Antonio, orgulloso y muerto de risa.

En el comedor, Ndiawar Seck, de un grupo de percusión de Senegal, come las delicias cocinadas por Torica y asegura: "Estamos protegiendo nuestras raíces, pero mirando a otras culturas, para buscar una cultura universal". Sabias palabras de un huésped de Alcatraz.