Las crónicas hablan de una batalla cruenta y de la muerte del diez por ciento de la guarnición holandesa en Monte Lentiscal, Santa Brígida. Unos 300 hombres de Van der Does cayeron en la emboscada de las milicias canarias el 3 de julio de 1599. El doctor en Historia Pedro Quintana ha estado buscando el lugar en el que pueden estar enterrados. "La idea del Cabildo es hacer dos o tres catas. Yo calculo que con excavar dos metros ya podremos saber si los restos están allí".

El historiador ha seguido una serie de pistas que le indican el lugar en el que hay que hacer las prospecciones. "Son indicios e hipótesis que apuntan a un solar privado que, por suerte, no está edificado y tiene una base de picón fácilmente excavable", señala el investigador, que tuvo la primera noticia de todo esto hace ya años. "Todo empezó porque una señora me enseñó una foto de Tafira en el siglo XIX, en la que aparecían una especie de cruces. Yo le pregunté qué eran y me contestó que eran espalderas de viñas, aunque cerca de allí había estado el cementerio de los ingleses. Es sabido que, para los canarios de cierta edad, todo el que venía de fuera era inglés y a mí me sorprendía que hubiese allí un cementerio inglés, cuando ya había uno en San José", relata Quintana, autor del libro La sombra de una ciudad. Las Palmas después de Van der Does. 1600-1650, editado por el Cabildo en 1999.

El solar del que hablaba aquella señora había sido comprado en el XIX por una familia inglesa, que hizo una casa sin cimientos porque era de madera. Más tarde, otros adquirieron la propiedad y ahí ha seguido sin construir. Está situado a 200 ó 300 metros de la Cruz del Inglés, enclave que señala el escenario de la batalla.

Las razones que esgrime Pedro Quintana son: "Por un lado, está cerca del lugar de la batalla. Sabemos que corrieron colina abajo perseguidos por los canarios unos 200 ó 300 metros. Además, los holandeses eran considerados herejes y no se les podía enterrar en sagrado, por lo que, seguramente, no se los llevaron a otros cementerios". El supuesto cementerio está a la vera de la carretera general, antiguo camino real por el que se batían en retirada hasta ser alcanzados por los ciudadanos de Las Palmas.

La aparición de unas vainas de espadas por allí cerca también apoyan la tesis, aunque Quintana repite que "no sabemos a ciencia cierta si hay algo, pero, al menos el Cabildo está implicado en la tarea de encontrar el cementerio". Y es que el historiador cree que queda mucho por hacer para rescatar la huella de aquel ataque corsario que cambió la historia de la ciudad por completo, ya que hubo de ser totalmente reconstruida. "Tras la antigua muralla ha de estar la ermita de la Veracruz, que Van der Does usó como parapeto. En torno a la gasolinera que está frente al Cabildo ha de haber restos del Hospital San Lázaro. Si se levanta el suelo de la ermita de la Luz, aparecerá el del templo primigenio, y tras las pinturas de la ermita de Santa Catalina han de estar las paredes de la época".

A finales de mayo de 1599 partieron de los Países Bajos un total de 74 navíos, con una dotación de 10.000 hombres. El 25 de junio llegaban a Gran Canaria. El ataque comenzó por La Isleta, zona entre dunas desde la que los canarios habían rechazado a los ingleses antes. Tras varias intentonas, los holandeses lograron desembarcar por un lugar en aquel momento supuestamente inaccesible, entre las actuales calles Luis Morote y Gomera. Los canarios se replegaron a la ciudad y las tropas del almirante holandés les siguieron. Todos los hombres disponibles fueron llamados a combatir. Hay que recordar que no existía en la isla un ejército regular, eran las milicias ciudadanas las que se defendían ante las agresiones del exterior.

Mientras la escaramuza tenía lugar, ancianos, mujeres y niños huían con todos los objetos de valor posibles a la Vega, en Santa Brígida. Una vez tomada Las Palmas, sólo quedaba avanzar hacia el monte, donde se iban replegando los canarios. Allí, ya en un territorio conocido y con un calor de justicia, según la recreación de Rumeu de Armas en La invasión de Las Palmas por el almirante holandés Van der Does en 1599, las milicias divididas en grupos esperaron al enemigo. El almirante holandés dio un ultimátum: 400.000 ducados de rescate o muerte.

El gobernador interino Pamochamoso eligió resistir y utilizó tácticas psicológicas como ordenar al capitán Juan Martel Peraza de Ayala hacer sonar insistentemente los tambores y hacer ondear las banderas para parecer más. Los holandeses avanzaban, les habían cerrado las acequias, por lo que estaban agotados y sedientos. El terreno era intransitable, por el denso follaje, y, en un momento de indecisión, los canarios bajaron del monte por distintos flancos armados con lanzas. Los holandeses iban quedando por el camino y cuando emprendieron la huida, los canarios lanzaron su ataque. Allí dejaron su vida los 300 holandeses que hoy busca la ciencia. Los demás volvieron a Las Palmas, donde el 8 de julio, Van der Does decidía abandonar la isla, no sin antes dejar el fuego y la destrucción como regalo de despedida.