Hablar con Luis Marrero es hacerlo con parte de la historia más reciente de Gran Canaria. Este hombre de 79 años presume de ser el bisnieto del contratista que realizó la iglesia de Arucas y el nieto del constructor del vetusto túnel de Tenoya. "El primer asentamiento de Las Canteras se debe a mi abuelo, cuando incluso se aprovechaba el material de la barra para exportarlo y la playa se conocía con el nombre de Bahía del Arrecife", cuenta con orgullo.

Pero Luis también tiene una historia propia. Hace cuatro décadas levantó "sin ayuda de nadie" el primer astillero de las Islas, 'Internaval'. En casi 30 años puso en el mar 35 barcos, hasta que en 1998 decidió que ya era hora de poner fin a lustros de duro trabajo. Las fotos en blanco y negro que lucen colgadas en las paredes de su casa atestiguan su sacrificio. "Mire, esta foto fue en los 70, cuando el Puerto no estaba asfaltado", relata con su memoria prodigiosa.

Tantos años de trabajo dan para muchas anécdotas que hoy resultan divertidas, pero que en tiempos del franquismo podían suponer la muerte. El nacionalismo de Luis le llevó a colocar la bandera de las siete estrellas verdes en una de sus embarcaciones, y sólo gracias a al chivatazo de un amigo pudo esconderla antes de que llegase la policía al muelle.

GRAN AFICIÓN. Quizá, todo eso sea el germen de la afición de Luis por la vela latina, "un deporte patrimonio de Gran Canaria". Lo suyo es pasión, porque desde que se retiró convirtió la azotea de su casa en un museo dedicado al deporte vernáculo. Allí dedica "unas cinco o seis horas al día" a elaborar maquetas de botes de vela que bien podrían ser piezas de galería.

Con su cachucha y su puro, Luis muestra con devoción "la única colección en el mundo de maquetas dedicadas a la vela latina". La elaboración de cada réplica en miniatura no suele prolongarse más de una semana, pero durante ese período no hay que descuidar ningún detalle: "Después del molde hay que darle forma a las cuadernas y a la cubierta", explica mientras lija una embarcación "para luego darle una mano de pintura".

De entre todas las piezas destacan cuatro que, por su tamaño y su acabado, sobresalen por encima del resto: "Son los botes del Minerva, Tomás Morales, Porteño y Guerra del Río", aclara con sabiduría. Una vez que las piezas estén maqueadas hay que seguir mimándolas: "Todas las semanas hay que limpiar la pintura con un paño, pero en las zonas más complicadas uso un secador para el polvo", señala.

Un pellizco de la pensión va destinado a ello. Cada maqueta, con todos sus detalles, puede tener un coste de 500 euros. La intención de Luis es cederlas "a un precio razonable" a alguna institución insular para que sus obras no salgan de la Isla.