La primera presencia en las Islas de la Staatskapelle de Dresde, con el estelar Zubin Mehta en el podio, motivó el viernes una de las grandes respuestas del público de Gran Canaria: localidades agotadas en el auditorio Alfredo Kraus y calor extraordinario en las ovaciones, merecedoras de bis. El debut de un cantante excepcional, el barítono Thomas Quasthoff, fue otro valor añadido del concierto de apertura del vigesimosexto Festival. El listón quedó tan alto que el solo hecho de mantenerlo en valores aproximados supondrá el éxito de toda la edición.

La orquesta más antigua de Europa hizo alarde de vigor, musicalidad y dominio de los estilos en un programa generosamente armado. Su sonoridad legendaria, de especial sedosidad en las intensidades medias y grandiosa sin aristas en los clímax, es tan determinante como el perfecto acabado del empaste global y por secciones, la categoría de los solistas y la vitalidad en punta de todo el discurso. La agilidad de reflejos, adiestrada en el foso de la Semperoper, del que es titular, permitió a Mehta salvar casi todas las dificultades que son habituales en las giras con maestro invitado. Un ensayo más hubiera eliminado fugaces desajustes de ataque, sobre todo en Mahler, poco significativos en un balance artístico de calidad cimera.

Quasthoff es hoy, probablemente, el primer liederista del mundo. Su interpretación de las Canciones a los niños muertos de Mahler queda incorporada a la historia del Festival como uno de los momentos supremos. La formidable maleabilidad de la emisión, el color y las intensidades de su voz camaleónica, así como la extensión desde un grave sonoro y noble hasta un agudo afinado y cremoso, desgranaron los sentidos últimos de una de las más conmovedoras colecciones de lieder jamás escritas. La voz como instrumento -el más bello y expresivo- y su proyección como quintaesencia de las emociones, dio a esas cinco joyas el fraseo y el acento que multiplican imaginativamente el impacto en la escucha. El cantante recibió de Mehta y de la orquesta, casi camerística pese al número de atriles, el marco idóneo en carácter y sonido, con rendimientos impecables del viento-madera.

Empezó el concierto con las Seis piezas para orquesta Op.6 de Anton Webern. Cien años después de su escritura, destilan la profundidad del lirismo tardorromántico más allá del efecto atonal en el oído conservador. Esas miniaturas admirables abrieron tantos caminos como iniciales rechazos, pero ya forman parte de la mejor música histórica por la perfección formal, el magnetismo de sus propuestas poéticas y, sobre todo, la belleza de la melodía de timbres, diversificada en un paisaje sonoro de inagotable pluralidad. Hasta los oyentes menos permeables a la ruptura tonal de comienzos del siglo XX se volcó en un aplauso convencido que hizo saludar dos veces a la orquesta y el maestro.

Entre las tradiciones de la Staatskapelle como instrumento modélico se cuentan sus lecturas de las óperas y poemas sinfónicos de Richard Strauss, que le confió muchos estrenos y frecuentó su podio durante toda la vida. Esa familiaridad fue pura gloria en la ejecución de Así habló Zaratustra, el sexto de los tondichtung que desarrollan un lenguaje incomparable. Consciente de esa familiaridad, aplicó Mehta lo mejor de su técnica -contenida, elegante, nucleada en gestos esenciales, exentos de cualquier exhibicionismo- y de su inspiración. El conjunto sajón estuvo a la altura en la belleza de los tutti categóricos y en la variada modulación de la narrativa filosofante que se pierde a veces en confusa retórica y alcanza en otras la mayor elocuencia. La masa de arcos, impresionante en todo el programa, tuvo aquí competencia del mismo nivel en los pastosos metales, en su ductilidad, volúmenes nunca sobrepasados y dorada tímbrica. Es posible que nunca hayamos escuchado en vivo una versión tan coherente y noble.

Agradeciendo el tributo del público, los intérpretes tocaron fuera de programa la obertura de Oberon de Carl María von Weber, una gozada por su vivacidad y su refinado desparpajo. Casi toda la nomenklatura político-institucional, con el presidente Rivero en cabeza, asistió al concierto que augura un Festival reducido pero magnífico.