El estreno del Concierto para piano y orquesta In Paradisum, de Laura Vega, con José Luis Castillo como solista, polarizó el sábado la presencia de la Orquesta Sinfónica de Tenerife y su titular Lü Jia. Cinco salidas al escenario para recibir las ovaciones del repleto Auditorio Alfredo Kraus verifican un impacto sin precedentes en los estrenos contemporáneos encargados por el Festival. La joven compositora grancanaria convenció por su dominio formal y sedujo por el refinado hallazgo de un código expresivo de aguda sensibilidad, con acentos emocionales perfectamente incardinados en la original estructura.

Sorprende, en primer lugar, el enfoque personal de un género con más de tres siglos de recorrido y aún abierto a la invención. Vega lo afronta con libertad y trastrueca sus "leyes" muy creativamente. La plantilla instrumental suena pocas veces en tutti, con un oído novedoso de los timbres y los efectos texturales. El encadenamiento de las oposiciones y diálogos con el solo, la secuencia de los episodios y la ubicación inesperada de las breves cadencias desmienten la "lógica" de los clímax y resultan tan sorprendentes como las percusiones aisladas (pulsos dominantes del bombo, por ejemplo) o combinadas (bombo, timbal y campanólogo...) La heterodoxia genera una distinta coherencia, en la que alternan escrituras de estirpe romántica con las propias del siglo XXI.

El sonido atrapa la escucha desde el misterio y las sugerencias del primer movimiento hasta la furia rítmica del tercero, cuyas mezclas colorísticas vuelven a asombrar tanto como la secuenciación y la riqueza del desarrollo. En medio, un segundo movimiento lento, mágico en el decurso del piano y los arcos, lírico a tope en el solo de viola, emocionante en la gravedad del movimiento, las bases armónicas y el vuelo de las melodías y su fraseo.

EXPRESIVIDAD. En resumen, una obra bellísima para los sentidos, que esconde secretos y no entrega enteramente su intimidad en la primera audición. La compleja escritura pianística, admirable en el compromiso de la dicción romántica y el ideal contemporáneo, recibió de Castillo, su intérprete y dedicatario, una interpretación difícilmente superable en valores de virtuosismo y, sobre todo, de expresividad en su amplia gama de articulación entre lo intimista y lo proteico.

Orquesta y maestro ofrecieron, por su parte, un trabajo depurado y atento, con calidad de conjunto. Otro momento memorable en la historia del Festival. Jia y los tinerfeños aportaron al repertorio de las veintiséis ediciones festivaleras la temible Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen, pieza culminante de la primera mitad del siglo XX, con diez movimientos y casi 80 minutos de duración. Fieles al título sánscrito tomado de un enciclopedista musical hindú del siglo XII, dieron al juego del movimiento (literalmente, turanga es la velocidad de un caballo y lila el ritmo y la fuerza de la vida) un protagonismo deslumbrador.

El majestuoso coral de cinco impulsos de los grandes cobres, que es eje de toda la obra, escinde su poder en un conjunto inagotable de ideas derivadas y variaciones con las que el autor expresa, en torno al mito céltico de Tristán e Isolda, su concepto del amor humano. Los casi siempre hinchados volúmenes, la dificultad de entonación en los saltos interválicos y el saturado tutti distancian este friso gigante de las posibilidades de la mayor parte de las orquestas (muy reforzada la de Tenerife, con diez contrabajos en escena y todo el metal duplicado en proporción) y de una parte de los públicos.

Numerosos presentes aprovecharon las pausas para ausentarse de la sala. Sin merma de su grandeza y ambición, es posible que las dimensiones y efectos masivos de la Turangalila hayan perdido necesidad con el paso del tiempo. Ello no menoscaba el gesto sinfónico totalizador de Messiaen, su personalísimo ideal sonoro ni la perfección de la escritura, con instantes de sublimación como el repetitivo sexto movimiento (Jardín del sueño de amor) y la imagen dominante de la exaltación más apasionada en muchos de los restantes. Formidable lectura de los tinerfeños y de su director, que llegaron milagrosamente al final sin síntomas de extenuación, en plena forma técnica y sonora.

Con ellos, el gran pianista, también tinerfeño, Gustavo Díaz Jerez, arrollador de medios y diáfano en ideas, ejecutó una parte omnipresente de extrema dificultad. Cynthia Millar en las ondas Martenot completó a entera satisfacción la descomunal partitura, por fin escuchada en las Islas. Otro éxito resonante... pese a las deserciones.

FICHA: Concierto: 26º Festival de Música de Canarias. | Intérpretes: Orquesta Sinfónica de Tenerife; Lü Jia, director; José Luis Castillo, piano; Gustavo Díaz Jerez, piano; Cynthia Millar, ondas Martenot. | Programa: 'In paradisum', concierto para piano y orquesta, de Laura Vega (obra encargo del Festival); 'Sinfonía Turangalila', para piano, ondas Martenot y gran orquesta, de Olivier Messiaen. | Lugar: Auditorio Alfredo Kraus, Las Palmas de Gran Canaria. | Día: 16 de enero de 2010.