El concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria en esta edición del Festival fue literalmente estelar. A los siete planetas musicados por Gustav Holst en su célebre Suite Op.32 se agregó La Tierra del madrileño Jesús Rueda, con el que quiso Pedro Halffter abrir el programa. Versión extraordinaria por potencia, energía rítmica y destreza general, de una escritura casi siempre prestissimo, vertebrada en tempi endemoniados y reveladora de un saber orquestal fuera de serie.

Gran representante de la generación de compositores españoles nacidos en la década de los sesenta del pasado siglo, alcanza Rueda en esta pieza (concebida en la órbita solar de Holst, pero completamente autónoma en lenguaje y estilo) el control de una orquesta magmática y el dominio del tutti superpoblado, sea en contrapuntos velocísimos, sea en suspensiones llenas de sensualidad y misterio. Una pieza, en definitiva, que combina el caos geológico y los órdenes gravitatorios para convertir el flujo musical en una fuerza más de la Naturaleza. De gran plasticidad, pero de sustancia abstracta, impregnó el concierto, desde su comienzo, de un vitalismo contagioso. Matrícula de honor al maestro y los filarmónicos.

Iván Martín, el espléndido pianista grancanario de trayectoria internacional, hizo una creación memorable de la Rapsodia para piano y orquesta de Isaac Albéniz. Todo lo que hay en ella de nacionalismo folclórico y de mimetismo virtuoso fue concienzudamente transformado en carnosa sonoridad pre-Iberia gracias a un oído armónico perfecto y un calado manual que cincela la entidad sonora desde el color. Este Pre-Isaac Ante-Albéniz (por remedar la alusión de Gerardo Diego al primer Falla) merece, así tocado, mucha mayor presencia en las salas de concierto. La copla y la danza, la petenera, la jota y la malagueña fueron una gozada en manos de Martín, así como en la sensibilidad de Halffter y la Orquesta para arroparlo con la brillante y respetuosa reorquestación de Cristóbal Halffter.

Las ovaciones movieron al solista a regalar el Estudio revolucionario de Chopin dinamizado por una mano izquierda de pasmo, y, junto al director -también pianista- una breve Sonata para cuatro manos del Mozart infantil. Con Los Planetas de Holst exhibió la Orquesta Filarmónica su forma sensacional, dúctil y exacta en la respuesta a un maestro en estado de gracia. Espectacular lectura de las muchas incitaciones descriptivas, colorísticas, armónicas, melódicas y rítmicas del original, que propone uno de los catálogos más destelleantes del poematismo tardorromántico.

A pesar de su extenuante contenido, el programa se prolongó con una propina "ad hoc": la obertura de John Williams que resume la banda sonora del serial cinematográfico La guerra de las galaxias. En resumen, concepción comprometida y exigente de lo que debe ser el "concierto popular" en un Festival de tantos quilates.