Considerado uno de los grandes nombres de la literatura europea contemporánea, Magris se mantiene en el largo alcance, aun cuando haya entregado ya obras fundacionales, como 'El Danubio' o 'Microscosmos', de la renovación cultural y espiritual del Viejo Continente. Estuvo esta semana en Lanzarote, donde inauguró un ciclo de conferencias de la Fundación César Manrique.

- Esperarlo aquí en Lanzarote, frente al mar, remite de inmediato al carácter simbólico, liberador, creciente en el tiempo, que el mar ha adquirido en usted. Frente a una escritura última, que narra el naufragio, en lo colectivo, lo individual, en la vida personal, el mar, su "extensión libre", como dice, purifica del veneno de los siglos... ¿no?

- Cierto, por eso en Lanzarote me encuentro tan bien; de hecho mañana [por ayer, sábado] voy a ir a nadar a La Graciosa, a sumergirme en el Atlántico, tomamos un barquito. En efecto, el mar siempre ha sido un elemento fundamental en mi vida, en mi forma de ver las cosas. Pero si al inicio no era tanto una cuestión literaria, fue porque mis inicios intelectuales estuvieron totalmente volcados, como sabe, en la ensayística, en la germanística, con los estudios culturales, pero básicamente por una cierta timidez, por pudor de realmente abordar todas estas cosas fundamentales, de la erótica, de la vida, de los sentimientos. Y, por supuesto, [inicié así mi camino intelectual] también porque naturalmente Trieste, en donde viví desde los dos años, fue parte del alma de Mitteleuropa y participó de forma muy cerrada en la defensa de esta gran cultura mitteleuropea, danubiana [Magris se refiere a la efervescencia y convivencia cultural de distintos pueblos y naciones bajo el Imperio Austro-Húngaro, hasta 1914, con el río Danubio como hilo conductor geográfico], la cultura origen de la civilización, que ha visto detalladamente el peligro de la vida y ha elaborado mecanismos de defensa, pero peligrosos naturalmente. En Trieste ha estado presente la literatura pero la profesión que correspondía a esta visión de carta de defensa, un poco al modo kafkiano, eran los seguros. De hecho mi padre, mi mujer, Marisa [ya fallecida] trabajaron en compañías de seguros. Y luego estaba el mundo marino, el mar estaba a sólo quince minutos en coche de la ciudad. Y, bueno, mi madre amaba muchísimo el mar.

- El mar y la mujer. De hecho, en A ciegas dice: "He amado al mar más que a la mujer, antes de comprender que son lo mismo". En usted el mar es tanto conceptual como físico.

- Ambas cosas. De niño el mar fue el lugar de las primeras aventuras, juegos, de los primeros encantamientos amorosos. Después el mar fue "lo abierto", donde no se sentían las fronteras, no estaba el mar croata, el mar esloveno, el mar italiano [Trieste está en la frontera con Eslovenia y, por tanto, tuvo delante durante décadas al Telón de Acero]. Y yo no siento tanto el mar de la tempestad, de la tragedia, la caída de Constantinopla, el mar que trae la porquería.

- En Utopía y desencanto, me lo recordaba alguien, usted identifica Trieste como el lugar en el que desemboca toda la porquería del Adriático. ¿Lo dice en sentido simbólico o real?

- [Risas] Sí, como un cul-de -sac. Pero contemporáneamente, veo Trieste como una parte del Adriático, mar bellísimo, que se limpia por vecindad con Grecia. Y, bueno, también siento al mar como abandono, lugar que refleja el destino de los grandes ciclos, un respiro épico que devuelve la unidad de la vida. Y también el Eros, impensable el mar sin el Eros. Somos de agua, venimos del agua como especie, nadamos dentro de la madre antes de andar. Y luego está el mar como apertura, comunicación, aventura: las otras profesiones en Trieste eran sobre el mar. En mi familia hay tres, un tío estaba entre los llamados 'cabohornistas', que habían rebasado Cabo de Hornos navegando a vela.

- Familia entre lo seguro y lo inseguro, algo muy de frontera.

- Sí, ahora bien ¿qué era lo seguro y lo inseguro? ¿Es más inseguro el mar o todo ese mundo de contratos, negocios y de cálculos sobre la vida? [risas].

- Ambivalente, pues, Trieste para usted. La tierra natal parece siempre lo más misterioso, y arma la ruta de la gente, la arquitectura de su mundo. Su interés constante por la frontera, la relación centro-periferia, las identidades estaba ahí ya dado.

- Sí, es una relación ambivalente. Lo de la fronteras curioso porque de niño, lo que teníamos a escasos kilómetros era el Telón de Acero y detrás un mundo que era, a su vez, ajeno y familiar. Ajeno porque representaba algo oscuro, algo tapado, pero familiar por esa zona había sido italiana hasta casi la II Guerra Mundial, con lo cual la conocíamos, ya habíamos estado allí. Era extraño. Ahora bien, no habría acabado de construir de Trieste un mundo simbólico sin mi paso por Turín, que es la otra ciudad de mi vida, la de estudiante, la ciudad de la historia, de la política, de la protesta, capital del antifascismo, la gran población con inmigrantes de la bolsa del Sur, mientras que Trieste declinaba. Turín me dio a mí la libertad de crecer de forma autónoma las determinaciones de la casa.

- En La Exposición, A ciegas y su último libro, Así que usted comprenderá, la crítica ha visto un tríptico del desencanto frente a la impotencia del saber.

- Bueno, sí, pero, y más en lo que respecta al último, está lo que Ernesto Sábato llama una "escritura nocturna", en la que no se dice tanto lo que el escritor sabe o imagina del mundo como, hasta cierto punto, cualquier cosa que sale de lo profundo y tenebroso, de lo que poco se sabe. Como en la novela de E.T.A. Hoffmann, aquel poeta que escribe una poesía, la lee en alta voz y luego se pregunta de quién es esa voz horrible. Digo siempre que cuando uno se encuentra cara a cara con la medusa uno deja de saber quién es.

- Eso es muy interesante. Usted organiza un encuentro con lo real, entendiendo por tal aquello de lo que no podemos saber casi nada. Eso es muy Mitteleuropa: Es Svevo, es Freud.

- Siempre digo que en La Exposición [pieza teatral de 2001 en la cual una mujer muere por un hombre, un poeta Activista, para salvarlo del conocimiento de "la horrorosa nada"], mi libro más autobiográfico, es un libro de naufragio, sin duda, pero también de grandes pasiones y de una gran humanidad. Porque también está ahí la historia de aquel grupo de partisanos que, por construir la felicidad del mundo a través del socialismo, lo sacrifican todo, abandonan el amor y acaban, sin embargo, sus vidas en el gulag de Goli Otok.

- En A ciegas, libro que narra de forma despiadada el fracaso del comunismo, también contiene un homenaje a la grandeza del comunismo, ¿no cree?

- Sin duda, porque en muchos de aquellos hombres y mujeres se ve la fidelidad, no a la bandera roja, sino a los ideales de justicia e igualdad, a la determinación radical de cambiar el mundo, aunque con esa bandera luego se hicieron cosas terribles.

- Usted ha dicho que en su reconstrucción de la Mitteleuropa [la puesta en acto de una auténtica cultura europea a comienzos del siglo XX] fue clave poder conocer los países del Este antes de la Caída del Muro. Si no, los sustratos de la historia que buscaba para su plan los habría hallado ya borrados.

- Sí, bueno, ése es mi libro El Danubio. Tuve la gran oportunidad entre 1981 y 1986 de recorrer los países del Este viendo cosas pequeñas, pero significativas de la convivencia de culturas, desbrozando sustratos de historia de ese mundo danubiano, una imbricación de culturas diversas, plena de matices, muy rica, perfectamente perceptibles, por ejemplo en Rumanía, que vivía en una relativa tranquilidad entonces, y que habría sido imposible volver a encontrar después del gran acontecimiento de 1989.

- Es curioso cómo el interés brota siempre en lo que a uno le concierne íntimamente. Usted primero abrazó lo alemán, en Turín descubre que la Mitteleuropa tocó de lleno a Trieste y se pone a reconstruir lo europeo.

- Del mundo alemán me interesó la capacidad extraordinaria de penetración de los profesores al explicar los textos de Lutero, o exponer la significación histórica de Enrique VIII, pero también el mundo más disparatado y trágico, faustiano; una impresionante contradicción que, sin embargo, tenía su correlato en la literatura italiana. El mundo danubiano fue como un espejo en el que de golpe yo me reconocí.

- Y ahí vuelve a metaforizar Trieste como extraterritorialidad, que es también Europa.

- Sí, mi interés por lo judío, que es tan europeo como lo alemán. Y también por lo que fue una intuición de la literatura judía de entre guerras, que el centro estaba más en la periferia que en sí mismo. Hoy es algo distinto y corremos el peligro de que la periferia intente ser centro pero no dentro de una unidad, la unidad que representa que usted, canario, y yo, triestino, hablemos y nos reconozcamos partes de un común, lo europeo. El peligro es la creación de pequeños mundos que son centros negativos. Cierto que la globalización unifica tanto que la gente necesita hoy preservar alguna identidad. Pero es una gran oportunidad para reencajar particularidad y universalidad. Dante decía que había bebido tanto el agua del [río] Arno que un pedazo de mar entraba ya en Florencia y que esto llevaba a nuestra patria el mundo, como una peripecia del mar. Claro, el miedo al gran agua del mar ha aumentado con la globalización. Creo que está sucediendo hoy en todo el mundo lo que ocurrió en la Grecia antigua durante el siglo II antes de Cristo, cuando la crisis del clan y de la familia hace nacer la polis y la democracia ateniense, que hace saltar todas las estructuras sociales anteriores: Y ahí Orestes, Edipo... Lo que necesitamos es una percepción elástica de la identidad. y verla siempre en movimiento.

- Usted dice sentirse muy en Europa estando en las Islas. Las Palmas de Gran Canaria aspira ahora a la capitalidad cultural europea en 2016. Invoca su condición fronteriza y periférica como valores claves para Europa.

- Pues lo veo muy interesante. Es necesario integrar lo fronterizo y lo periférico en la nueva identidad europea. Ésta no puede darse de una forma autorreferencial, sería su muerte. Canarias es Europa, la existencia de lo europeo más allá de la geografía.

-Vayamos, por último, a ese tema querido por usted: la frontera. A pesar de que hay fronteras físicas endurecidas, como saben los inmigrantes ilegales, hoy lo fronterizo ya no es sólo, ni siquiera principalmente, algo del orden de la geografía, ¿no?

- No, ciertamente. En Trieste la frontera ya no es la que había con el mundo eslavo, sino que son las fronteras invisibles, sociales y culturales, dentro de la ciudad; con los inmigrantes de Senegal, los chinos, de los que no sé nada, no llevan a sus niños al colegio. Temo a esas nuevas fronteras. Se trata de mundos de espaldas pero dentro de Europa.