Antonio Béthencourt Massieu, rector de la Universidad de La Laguna en 1977, conserva en su memoria cómo fue la jornada que acabó con el asesinato del alumno grancanario Javier Fernández Quesada en el campus universitario. Tuvo que ofrecer su testimonio ante la correspondiente comisión de investigación del Congreso de los Diputados, constituida para aclarar las circunstancias de la muerte durante un asalto de los agentes de la Guardia Civil para reprimir las protestas estudiantiles. En esta segunda parte también se refiere a su relación con el catedrático y humanista Agustín Millares Carlo (Las Palmas de Gran Canaria 1893-1980), que salió de España con el comienzo de la Guerra Civil.

ORDENARON FUEGO. "La muerte [de Javier Fernández Quesada, el 12 de diciembre de 1977] en el campus fue un disparate de todos, un sinsentido de un lado y de otro. Fue una jornada complicada, porque para colmo de desgracias pusieron tachas al lado de una gasolinera, y llega un camión cargado de gasolina que va al Norte y pincha. Allí estaban tirando bolas y pensé que en cualquier momento podía estallar el vehículo y provocar una catástrofe. Mandan un camión vacío, y no una grúa, para hacer el trasvase. A las dos menos cinco de la tarde, a la hora de comer, se termina y ya no había nada. Quedan unos guardias civiles al mando de un teniente coronel. En el momento en que baja la unidad aparece Fernández Quesada, que había pasado por la cafetería, y que no se le ocurre otra cosa que tirar una piedra. El teniente coronel ordena fuego, y un tío al que llaman el Patillas [otras versiones hablan de el Polillas] dispara y le toca el corazón. Después el informe dijo que el tiro venía de atrás para afuera. Todo mentira, y ya tenemos el problema montado".

EL GOBERNADOR CIVIL. "Al pobre chico lo mataron. Yo estaba comiendo, terminando, y oí el ruido del disparo. 'Aquí puede haber un muerto', me dije. Me puse la chaqueta y bajé inmediatamente. Llego, me encuentro a la telefonista desmayada y me dicen que hay un muerto. No te quiero decir nada. El informe que después se hizo no correspondía con lo que me dijeron a mí. Le dije al carajo ese de gobernador civil que teníamos que me echara una mano, me dijo que él no podía decir nada porque era una operación dirigida desde Madrid, y claro tuve que decirle: '¡Pero tú no eres el gobernador, tú eres el responsable de lo que pasa!' Después diputado en Cortes y votando en contra del partido, y tal y tal. No vamos a seguir por ahí".

MARTÍN VILLA. "Yo tenía durante la tarde de aquel día [12 de diciembre de 1977] una Junta de Gobierno para ver cómo podíamos arreglar la situación. Termina la Junta y yo tengo que hacer un informe, y me quedo con dos secretarias para dictar. De repente suena el teléfono y me dicen que viene un grupo de guardias civiles a cercar la Universidad, pues al parecer hay gente que se ha subido arriba, a la azotea, con piedras. Bueno, ¡no le digo lo que paso yo! Cojo el teléfono para llamar a Madrid y nada. Estoy desesperado porque no se me pone el ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa; el subsecretario estaba en un concierto y el director general se había ido. No había nadie. Por lo visto al ministro se le olvidó una carpetilla con unos papeles, y de retirada para su casa pasó y la secretaria le dice que el rector de La Laguna intentaba localizarlo. Por fin me llaman, y les digo que va a haber una masacre, y que lo único que tienen que hacer es darme un cuarto de hora para despejar la zona. Me dijo que tenía veinte minutos".

LA MASONERÍA. "Menéndez Pidal manda a Agustín Millares Carlo con una misión a Argentina y allí conoce a unos señores que son muy simpáticos con él y que un día le llevan a una logia masónica para que dé una conferencia. Cuando vuelve empiezan a aparecer cartas del jefe de la logia, que pregunta quién era don Agustín, que si era masón, su grado... Esas cartas aparecen y por lo visto... El pobre hombre no era masón, y si así fuese lo hubiese manifestado, como dijo otras tantas cosas a lo largo de su vida. Bien, al volver a España una de las cosas que le piden es que tiene que poner en un papel quiénes son la gente importante que ha tenido cargos después de la II República en América. Se niega por completo, y entonces le dicen que no puede seguir en la Academia de Historia, donde le habían reservado el sitio. Está un tiempo grande en México [en 1939], donde se integra en el grupo de españoles que hacen cultura. Trabaja en los archivos públicos, que pone en orden y que estaban parados. Desde Maracaibo le ofrecen un puesto mejor pagado y se va a Venezuela [en 1959], y allí también hace un currículum del mismo estilo. Vuelve a España [se jubila de su cátedra de la Universidad de Madrid en 1963], ha pasado el tiempo y en la Academia de Historia lo reciben muy bien. Empezó a hacer cosas, sabía un latín extraordinario, hasta el punto de hacer poesía en latín".

PLAN CULTURAL. "Aquello fue una estafa, se monta el plan cultural [se le encarga a Agustín Millares Carlo en 1976 por el Cabildo de Gran Canaria], y entonces en vez de dejárselo organizar a su manera le empiezan a meter el teatro y no sé qué cosas más. Hay envidias, y la gente se mueve. Él estaba muy bien, trabajaba primero en el Museo Canario, en la Casa de Colón, publicó cosas, montó el teatro... Y de repente, no se sabe por qué, lo destituyen. Se lleva un disgusto, además económico. ¿Qué pasó? Chicho García Blairsy, que era director de la UNED, le dijo que viniese y diese las clases de Paleografía. Y como consecuencia de ello se montó un seminario de Filología que dirigía él. Le tomó cariño a esto. Claro, después le viene la enfermedad pulmonar, pues fumaba mucho, como una colacha, aunque era muy ágil y rápido, incluso ya de mayor. Se enamora de la UNED, conoce a José Antonio Moreiro, al que yo le dirijo su tesis sobre él. Cuando llega el momento de morir le dice a Moreiro que todos sus papeles y libros se depositen aquí. Era un hombre muy bondadoso".

LARGA VIDA. "Claro que España perdió mucho tiempo con el exilio. Pero voy a ser claro: el intelectual va donde va y se pone a trabajar, porque no sabe hacer otra cosa. Por ejemplo, los que van a los archivos... Don Antonio Domínguez Ortiz, por ponerle un caso. Estábamos él y yo en Madrid comiendo con otro catedrático de Historia Moderna, Queipo de Llano... Bueno, pues él es un gran maratoniano, le encanta el ejercicio físico. En la comida se empeñó en que teníamos que hacer todos gimnasia. Y a otro que estaba allí, ya al borde los noventa, va y le dice: 'Oye, Pepe, ¿y tú no has hecho maratón en tu vida?' Y va le contesta: 'Mira, nosotros llegamos al archivo, cogemos un legajo, se abre, empieza a salir un polvillo, se te mete por la nariz. Y eso es lo que nos da la vida a todos" (risas).