Si no es la primera de sus óperas, sí es la primera de auténtica categoría por la cantidad de guiños biográficos que contiene y por verse en algunas situaciones dramáticas y en el trazo de algunos personajes anticipos de escenas y roles más logrados en su posterior producción.

El montaje presentado por el Teatro Pérez Galdós para cerrar esta temporada, se caracteriza por una cierta economía de medios y por jugar con la doble personalidad de algunos de sus personajes, como El Timonel, que se convierte tras su sueño en El Holandés o, la más creíble del retrato de este último que cuando lo destapa Senta ve su propia imagen y que es lo que más me gustó de la puesta en escena de Miguel Ángel Coque, jugando siempre con el color blanco para los noruegos y el rojo para los holandeses; pero no deja de ser una versión moderna del relato de Heine, y la primera vez que veo la sublimación de los protagonistas salvados y redimidos surgiendo del mar, que no me parece muy apropiada en estos tiempos.

Una Obertura muy contrastada, con un principio quizás algo acelerado, que quitó frescura y claridad al discurso musical, aunque luego se convirtiera en un auténtico poema musical, resumen del drama, marcando muy bien los dos temas centrales de El Holandés y de la balada, y con esas cortas alusiones al mundo noruego con el Coro de marineros y que sirvió de pórtico para la representación escénica. El maestro Pedro Halffter llevó con un buen pulso dramático la representación y la Filarmónica de Gran Canaria estuvo en su nivel actual, aunque con algunos pequeños fallos en los metales. El Coro, tras un inicio un tanto dudoso, después actuó muy bien, superando las mujeres a los hombres.

Johann Tilli mostró una voz adecuada para Daland, pero su interpretación fue algo plana, falta de ironía en algunos pasajes, sobre todo en su algo trivial aria del segundo acto, estando lo mejor de su actuación en el dúo con El Holandés que cierra el primer acto. Alfons Eberz fue un Erik más dramático y heroico que paciente y resignado amante con voz más dramática de lo que requiere el papel, pero salió bien en sus pasajes más comprometidos. El Timonel de Vicente Ombuena fue muy bueno desde todos los puntos de vista con una afinación magnífica y muy bien interpretado; pese a la poca importancia de su personaje. Fue, en mi opinión, de lo mejor de la noche.

Pero ese honor queda reservado para los dos protagonistas de la obra: John Lundgren, como El Holandés y Ricarda Merbeth, en el papel de Senta, ambos magníficos demostrando, una vez más, que los auténticos protagonistas son ellos y que el resto son personajes secundarios, pues el barítono mostró una voz plena, con una gran línea y creó un personaje atormentado, esperanzado, en fin, todas las facetas que el libreto le proporciona, con gran seguridad en graves y agudos, en este primer barítono wagneriano, tan parecido a los de Verdi, por la extensión y amplitud de la tesitura. Senta fue extraordinariamente servida por la soprano, con gran afinación y con gran entrega y con una voz lírica, pero con mucho cuerpo, muy adecuada a ese personaje, que en ocasiones es un alter ego del protagonista, y en otras "es una niña y no sabe lo que canta". Ambos personajes me hicieron olvidar las pequeñas deficiencias que había observado, demostrando la importancia de las buenas voces para que una representación operística funcione... sobre todo si son los protagonistas.