Artistas como Alejandro Fernández son un bálsamo para los promotores de conciertos. La imagen que presentaba anoche el Estadio de Gran Canaria con la presencia del cantante mexicano Alejandro Fernández con el tercero y último de los conciertos de la gira canaria, y punto y final del tour Dos Mundos que ha movido por ocho ciudades españolas, es prueba de que la crisis de la industria musical va por barrios. Y es algo que apenas resiente la actividad del artista de Jalisco.

Las más de 12.000 personas que anoche poblaron la curva grada del Estadio de Gran Canaria y la zona de preferente, hicieron buenos los pronósticos de la organización.

La presencia del mexicano en el escenario desató un griterío inmenso cercano a la histeria que el charro supo amansar con su voz y los primeros compases del espectáculo. Los 20 minutos que tardó en aparecer sobre el horario previsto, fruto del colapso de tráfico que se adueñó del entorno de Siete Palmas, elevó la temperatura de una masa inquieta y ansiosa por degustar un repertorio regado de rancheras, corridos y canciones de amor y desamor, historias del querer con las que Fernández se siente cómodo.

El artista, en su tercera visita a la Isla, se hizo de rogar, sabedor de cómo se le quiere en Gran Canaria. Un vídeo promocional de su Jalisco natal presidió la apertura del show, para acto seguido dirigirse al público recordando que "he hecho un largo recorrido para terminar en Canarias", y lanzar un fervoroso saludo a los españoles y en especial a las mujeres: "me voy pero mi alma sigue aquí y regresaré cuando pueda con mucho cariño".

Y sin más preámbulo y arropado por su engrasada banda, mariachis incluidos, arrancó con su rol de charro y canciones populares de su país como ¿Donde vas tú solo?, Ojo por ojo y Tú regresarás, para comenzar con su repertorio más reciente, el de su doble disco Dos Mundos y con piezas de Tradición como Estuve. Un popurrí de Juan Gabriel, de su padre Vicente Fernández y José Alfredo Jiménez iba intercalándose entre su otro rol, el romántico, con lo más florido de su repertorio, para encarrilar una noche que tenía por delante casi tres horas de concierto donde el público no cesó de cantar cada pieza y celebrar cada movimiento suyo.