Acabó siendo capitán de la Guardia de Asalto republicana. En 1939, con el fin de la guerra civil, intentó incorporarse a la vida social como un ciudadano más. El joven Nicolás Chesa Ponce consideró que su papel no había sido sobresaliente, ni antes ni después del conflicto, y que por lo tanto el nuevo orden no iba a molestarse en poner las garras sobre él. Se equivocó de cabo a rabo: fue internado en el campo de concentración de Manzanares (Ciudad Real), donde pasó hambre de pan hasta que un guardián canario le dio el pase para enfermería. Consigue una libertad vigilada que le sirvió para volver a Canarias.

Su desinterés por la fecha y la hora en el verano de 1936 le traería más consecuencias: la autoridad le exige su incorporación a filas para cumplir el servicio militar. Nicolás Chesa Ponce había conseguido en su momento la exención por pago, pero el trámite fue engullido por las fauces del franquismo naciente. Tampoco, claro está, le hicieron caso cuando puso sobre la mesa sus tres años de combate en la Guardia de Asalto. Tuvo que volver a los cuarteles. Dos veces (Madrid y Las Palmas de Gran Canaria) pasó por los correspondientes tribunales de depuración. Al final consigue algo que no estaba en ningún certificado: una tranquilidad relativa mientras mantuviese la boca bien cerrada.

De la Residencia de Estudiantes de Madrid quedan las fotos en blanco y negro, y amistades simbólicas que tuvo a lo largo de su vida. Nicolás Chesa hijo, también urólogo, recuerda su fuerte vínculo con el investigador (del equipo de Juan Negrín) y médico Diego Díaz Sánchez, un residenciado del barrio de San José que se exilió en Toulouse, donde murió. "Siempre que venía, cuando ya le dejaban entrar en España, quedaban para almorzar juntos". Un nombre que siempre tendrá en su boca es el murciano Luis Calandre, el responsable del Laboratorio de Histología de la Residencia, y que moriría sumido en un dramático exilio interior.

La liberación de Nicolás Chesa Ponce de la servidumbres represivas le lleva de nuevo a Madrid, a especializarse con Pedro Cifuentes en urología. Ya no es la capital de la edad de plata científica y cultural. José María Pemán y Enrique Suñer ya habían dictado su Circular de 7 del 12 de 1939, que daba vuelo a la depuración punitiva y también preventiva de la Universidad española de la República, "forjadora", decían ellos, "de una generación incrédula y anárquica". El grancanario retorna finalmente a su isla para intentar trabajar en el hospital San Martín.

"Papá consigue entrar por el turno libre. ¿En qué consistía? Había tres filtros para conseguir la plaza: los primeros que podían presentarse eran los adscritos a la sanidad militar; en segundo lugar, los afectos al Régimen, y finalmente al turno libre, para el resto. Bien, allí está José Ponce Arias, que es su suegro, además de una persona trascendental para su formación. Es el primero en montar un servicio de urología por el que no va a cobrar nada, al menos durante veinte años, y para el que va a poner a su disposición todo su instrumental. Había estudiado entre las universidades de Montpellier y París", afirma Chesa hijo.

En el año 1963, el residenciado que había sido capitán se convierte en el jefe del Servicio de Urología del hospital San Martín. Nicolás Chesa Ponce, que abre consulta en Primero de Mayo (antes, para su desgracia, General Franco), será un superviviente en la vida civil. Entre su grupo de amigos va a ser el único que viene del frente republicano, y ello entre falangistas muy falangistas. Pero con la jubilación, el prestigioso urólogo se va a permitir su mejor acto berlanguiano: desempolva de los archivos oficiales de la época su nombramiento como Guardia de Asalto y se va al ministerio correspondiente a reclamar su pensión republicana. "Ya se puede imaginar la que montó en todo el grupo, aunque todo en plan broma...", afirma Nicolás Chesa hijo, jefe de Urología del Hospital Insular.

La huella de la Residencia de Estudiantes siempre la llevó por delante, e incluso viajó a Madrid con motivo de uno de los homenajes a los residenciados. Nunca le interesó ni le pidió a sus hijos que se aprendieran las letras recogidas bajo el pomposo epígrafe de Espíritu Nacional. Realmente se mantuvo en guardia con la historia. A su hijo le pidió que fuese a estudiar a una pequeña universidad para que no le pasase lo mismo que a él. Pero también en Pamplona, ya en el sesenta y tantos, la ventolera del 36 salió del subterráneo. Chesa Ponce hijo quería hacer la milicia en Tenerife y pidió certificados a su padre. Las sobadas carpetas de antes de la informática volvieron a dar el aviso: hijo de un militar republicano. Hubo que recurrir a la trastienda.

La entrega de mañana está dedicada a Gonzalo Pérez Casanova.