Autor del monumento floral a las víctimas del 11-M o del diseño de la legendaria revista Balcón, de los hermanos Zaya, hace años que la casa-estudio del pintor tinerfeño Andrés Delgado (Güímar, 1953), en el barrio de La Latina, en Madrid, funciona como un espacio cultural canario paralelo a los institucionales, con el atractivo añadido de permanecer también abierto a creadores de otras latitudes.

Exposiciones de pintura, lecturas poéticas, proyecciones de cortos, se han podido presenciar en su amplia sala, en improvisadas fiestas asamblearias. Cuando se desató la crisis, hace un par de años, montó, junto con otros dos artistas residentes en el barrio, la iniciativa de Tres en suma: un circuito de exposiciones colectivas, abierto al público avisado, simultáneamente inauguradas en las tres casas. Ahora, en compañía del poeta teldense Luis Antonio González, acaba de acometer el proyecto Una isla imposible, una exposición de pinturas y poemas en estrecho diálogo -"la materialización de una amistad artística", plantean ellos- que acaba de ser inaugurada en el Centro Cultural Antonio Machado, de Leganés, y que en los próximos meses se exhibirá también en el Ateneo de La Rioja y en una galería de Berlín. Una isla imposible es también el título del libro, recién publicado por Anroart Ediciones, en edición trilingüe -castellano, inglés y alemán- que, con prólogo de Sabas Martín, recoge los mismos nueve poemas y catorce acrílicos sobre lienzo que componen la confrontada muestra.

El proyecto arrancó de Donde habita el paisaje-36, un cuadro de una colección anterior de Delgado, exhibida en Laguna y en el Centro de Arte de Las Palmas. "De ese lienzo, tan sólo percibía a primera vista las franjas de color en un lienzo que era una gran mancha oscura", explica Luis Antonio González la génesis del proyecto. "Pero, a medida que nuestro trabajo avanzaba, que él respondía a los estímulos de mi texto y yo a los de sus nuevos lienzos, comprobaba que sus colores y sus manchas tornaban a fuertes tierras, grandes masas de pintura, elípticas mareas matéricas".

A partir de aquel cuadro surgirían las 14 Variaciones del pintor, en sintonía con el ritmo desértico, contemplativo y cáustico de los versos de González. "Toda frustración es luz / pero la oscuridad es una espacio habitable", escribe, por ejemplo, el poeta grancanario. La mácula del negro en los planos más próximos del cuadro es recurrente en la serie pictórica. Entre ambos hay un diálogo que persiste en la oscuridad de un corredor, pero sin tinte alguno de dramatismo. Las fronteras aprietan, pero no ahogan. "Cuando cierro los ojos todo es color", escribe el poeta. "Para mí, el negro no tiene la menor connotación tenebrosa", explica ahora el pintor tinerfeño. "Es un color más, que permite contrastar los ocres del fondo, los azules en movimiento, semejante a las tonalidades que presenta el malpaís de la zona sur de Tenerife, en que están inspirados estos cuadros. El negro es, en todo caso, una ausencia, un pasado, una especie de olvido", subraya.

Tal vez la muda franja del desdoblamiento a que se refiere Sabas Martín en el prólogo: el foso sombrío o la estela de "la confrontación entre la isla poética (maquinada por los autores) y la isla convencional, cartográfica". De ahí el imposible de una isla que "renace sobrepasada, desdoblada en su concreción física y tangible para quedar sublimada en otra categoría que es de orden mítico".

"No pretendo decir nada", escribe González en un poema; y agrega, en inspirada simetría con los lienzos desertizados, ambiguos de osamentas fantasmales y arrumbada materia: "Un horizonte es un tiempo plagado de respuestas; / un silencio parece ser la única pregunta. // La amenaza de una tormenta / me obliga a cerrar los ojos, / a enterarme de este desierto estéril, / en este hueco que dejó el último latido / antes de ser olas y ventisca. // Todo está quieto. / Cada franja de color reposa inmóvil. / La sombra ya no avanza. / Ya no hay ecos".