El 11 de abril de 1995 Josefina Aldecoa estuvo más cerca que nunca de la piel cuarteada de los pescadores que, por los años 60, hablaron con su marido, Ignacio Aldecoa, en la retirada y atlántica La Graciosa. La escritora daba una conferencia en la Fundación César Manrique sobre el paraíso de su esposo, y allí estuvieron los descendientes de los pescadores que compartieron horas y copas (o pizcos) con el autor del Gran Sol o El fulgor y la sangre. En la isla del Archipiélago Chinijo hay un colegio con el apellido literario, pero Josefina nunca se atrevió a pisarla. El poeta Fernando Gómez Aguilera cuenta que Josefina se subía al Mirador del Río para verla, de lejos, muy de lejos, sin entrar en los meses de soledad de su marido en la pensión de Caleta de Sebo, donde el escritor parió su obra Parte de una historia.

Susana Aldecoa, hija de Josefina e Ignacio, recuerda que Canarias fue una fijación que rondó su infancia. El periodista y novelista Juan Cruz rescató de una librería de viejo de Madrid Cuaderno de Godo, unos textos breves con dibujos de Chummy Chúmez, producto de un viaje que el escritor vasco realizó por el Archipiélago. "La Graciosa tiene un cementerio con sólo dos tumbas, porque coincidieron la muerte y el galernazo y los pescadores no pudieron llevar sus muertos a enterrar en Haría, ciudad de Lanzarote. Este cementerio playero, este camposanto con dos inquilinos, supone casi el veraneo de ultratumba", relató entre sus impresiones.

Ignacio Aldecoa murió en 1969, pero Josefina siempre volvía a Lanzarote por Semana Santa, al hotel Salinas, en Costa Teguise. La trastienda del enlace para siempre de los Aldecoa con las Islas no ha sido aún desnudado del todo. El abogado tinerfeño José Arozena tenía en su despacho una foto de Ignacio en Nueva York, y es sabido que él y Domingo Pérez Minik eran sus grandes amigos en Canarias. No hay, al menos por ahora, ninguna foto de Ignacio Aldecoa en La Graciosa. En la década de los noventa del pasado siglo, cuando Josefina habla en la Fundación César Manrique, desgrana la sensibilidad de su compañero con los hombres del territorio aislado. Parte de una historia trata de la llegada de unos personajes extraños a una isla, a una sociedad tradicional, envuelta en el destino del mar y del cielo.

La generación de los cincuenta buscaba en la realidad la experimentación literaria, y ello llevó a Ignacio Aldecoa no sólo a La Graciosa, sino también a mirar de cerca el boxeo y los toros, a embarcarse en los caladeros irlandeses para vivir junto a la dureza de la vida marinera. Quizás la mirada lejana de Josefina Aldecoa a Caleta de Sebo, al tiempo que no corre al lado del muelle, tenga que ver con el recuerdo triste, amargo, de la crisis personal por la que pasaba Ignacio Aldecoa, quemada entre las deliciosas lagunas que siempre arrastra el isloteñismo.