- ¿Cómo se fraguó una novela tan ambiciosa como El ángel perdido?

- Tras la acogida que tuvo mi anterior novela, La cena secreta, que se publicó en 43 países, mi compromiso con los lectores era buscar una historia global, quería encontrar un argumento que fuera comprensible lo mismo en España que en cualquier país del mundo. En esa búsqueda me encontré con el más global de los mitos, el diluvio universal, que está en 240 culturas del planeta desconectadas entre sí, y hace referencia a una catástrofe que arrasó el mundo y que tuvimos que aprender a superar los pocos que sobrevivimos. Esa idea del Apocalipsis que luego tiene que ser remontado por los protagonistas me pareció muy evocadora y decidí construir una novela sobre ese tema. Lo llamativo no es la catástrofe, sino que la divinidad se dirija a un grupo de seleccionados y les dé instrucciones para salvarse.

- Esta obra participa de una característica de determinada novelística contemporánea, la fascinación por el relato oculto de nuestra civilización, la escritura mágica que subyace bajo la historia oficial, alfabetos fraguados por templarios, gnósticos, alquimistas...

- Esto, en un primer nivel tiene que ver con la decepción colectiva respecto a nuestras instituciones. Tras el 11-S nos damos cuenta de que las grandes instituciones nos mienten, nos llevan a la guerra cuando les interesa... Así, todos tenemos esa necesidad de buscar una verdad alternativa a lo que nos dan como verdad políticamente correcta. Por otro lado, estas novelas acuden a un tipo de clave de lectura que se ha perdido, la lectura simbólica. Nos hemos hecho demasiado textuales, solamente leemos en negro sobre blanco en los libros o los periódicos, pero en el mundo antiguo había también otro tipo de lectura, dirigida a gente que no sabía leer y que a raíz de encontrarse con un símbolo, un gesto o una estatua era capaz de contar toda una historia. Lo ideal es la integración de ambos tipos de lectura.

- En vista de esto, a quien le iría muy bien hoy metido a novelista sería a Fulcanelli.

- Fulcanelli es una larga obsesión mía. Cuando decidí tirar adelante con El ángel perdido dejé en stand by una novela sobre él. Me parece que es un interesante observador de la realidad, y muy probablemente uno de mis próximos proyectos tendrá que ver con la lectura de la arquitectura urbana. Transitamos por delante de muchos edificios cuya funcionalidad no era meramente formal, tenía la intención de modular el pensamiento de los ciudadanos de una determinada región. Hay una intención mágica, que también encontramos en arquitectos modernos.

- ¿Se inscribe usted en ese linaje de escritores españoles seducidos por lo hermético, que arranca con el auge de la teosofía con gente como Mario Rosso de Luna?

- Desde luego que me interesa Rosso de Luna, respira mucha mitología y usa mucho el hermetismo en sus novelas, algo que en aquella época hacía también gente como Julio Verne, por ejemplo. Digamos que me siento deudor de ese tipo de literatura, de gente como Bulwe-Lytton, por ir a referentes más cultos.

- Por otro lado, su novela es un thriller. Vemos otra constante, la indagación propia de la intriga policíaca.

- Hemos creado una sociedad muy adrenalínica, muy dependiente de las emociones y del suspense. El principal factor que ha creado eso es el cine y la televisión, y ha terminado influyendo en la literatura. Una novela como esta es inconcebible en el siglo XIX, porque no se entendería el ritmo. Pero en el fondo estoy reescribiendo la novela más antigua de la historia de la humanidad, la epopeya de Gilgamesh, la de Ulises en La Odisea, la misma búsqueda.

- ¿Le ha pesado el enorme éxito de su anterior novela? Es un poco como Pink Floyd tras The dark side of the moon.

- Por eso me he tomado mi tiempo. No quería aprovechar la estela de aquel éxito para sacar al año otra novela muy parecida. Quería reinventarme pero seguir siendo fiel a los principios que me llevaron al éxito, que tienen que ver con las inquietudes trascendentes ocultas en mis novelas.

- ¿Le molesta que puedan vincular su obra a El código Da Vinci?

- No me importan las etiquetas. Cualquiera que me dé el beneficio de la duda de leerse la novela, o una parte, verá cuan diferente es de El código Da Vinci, aunque participa de una misma inquietud fundamental porque la de Dan Brown es también una novela de búsqueda. Tan desencaminado no está un libro cuando vende 50 millones de ejemplares. Lo que ocurre es que la mentalidad católica no perdona el éxito. Realmente, la visión de los críticos españoles respecto a los best sellers es esa.