El Cabildo insular ha tomado la delantera en la celebración de los 75 años del compositor Juan José Falcón Sanabria, programando, entre otros, dos acontecimientos musicales de nivel extraordinario a partir de la música del maestro, como debe de ser. El primero fue el concierto coral y orquestal del pasado miércoles en el teatro Cuyás -espacio cabildicio- y el segundo será el estreno mundial, el próximo 3 de junio, de Aura de Gran Canaria, la más reciente obra sinfónica de Falcón (2009/10), nacida por encargo del Patronato de Turismo, también organismo insular. ¡Bravo! Esta es la manera adecuada de potenciar nuestra cultura viva.

Luis García Santana, titular del Coro de la OFGC, dirigió concienzuda y brillantemente, como suele, el concierto del Cuyás. Este magnífico profesional es, sin duda, otro de los grandes activos humanos del arte hecho en Canarias. Conviene apoyarlo y estimularlo para que pueda culminar difícil y paciente proyecto, en el que vuelca mucho saber técnico y un instinto musical de primer orden.

El programa era peliagudo por las exigencias de la polifonía abarcada y por su propia diversidad técnica y estilística, con el problema añadido de la reducción de las partituras sinfónicas a una plantilla de dieciocho instrumentos de viento y timbal, que, con ayuda del órgano admirablemente tañido por Nauzet Mederos, hubo de dar la imagen acústica de la orquesta completa en las obras que la exigen. La brillantez exaltada del coral de Liszt que abría la sesión -con un impecable preludio de Mederos- mostró el gran momento actual del Coro Filarmónico, con una plantilla joven que permite los mayores alardes y si alguna vez peca es por exceso. La Misa alemana D. 872 de Schubert, nada notable y muy larga, ratificó el reto al mantener en pie y con rigor un texto profuso sin "picos" de emoción ni lucimiento. De nuevo expansivo y brillante el motete a siete voces de Bruckner, joya cantada con esplendor y subrayada por tres trombones sustanciosamente evocadores de los sacabuches renacentistas en que se inspiró el autor. Y conmovedor el Himno fúnebre Op.13, de Brahms, con mucho la mejor polifonía del pasado de cuantas figuraban en programa.

Falcón no es un monaguillo entre tan egregios ancestros. Constatamos con grata sorpresa la vigencia absoluta de su Psalmus Laudis de 1983, para coro mixto, trompas y timbal. La vigorosa personalidad de nuestro compositor, que se impone desde el primer acorde, marcó la primera divisoria del resto del programa, haciendo más sabroso que nunca -en manos de García Santana- el contraste de los modos antiguos y la radicalidad del tratamiento actual, con su parlato exclamativo que anticipa el sprechsgesang de obras posteriores. La suite armada con los coros de la ópera La hija del cielo (2007) fue, al final, un regalo de lujo, por la imaginación, la plasticidad y la inteligencia de la evolución estilística que recupera la expresividad neorromántica para fundirla con el radicalismo de un lenguaje insobornablemente comprometido con su tiempo histórico. La acústica del Cuyás no fue piadosa con los extremados agudos sopraniles del heroico coro final, pero quedó bien sentada la evidencia de un trabajo exhaustivo por parte del Coro y su director, así como la garra permanente del más grande de los compositores de Canarias. Los aplausos y bravos a Falcón, llamado a escena, se prolongaron muchos minutos.

Todo el mundo salió feliz de esta celebración a la vez artística y entrañablemente humana.