La sonrisa etrusca es una adaptación fiel de Juan Pablo Heras a partir de la novela homónima de José Luis Sampedro. Los que hemos leído la novela fuimos con mucha curiosidad a ver cómo esta obra teatral de poco más de hora y media compendiaba una novela de más de trescientas páginas, que cuenta con repetidos saltos en el tiempo y en la cual el personaje más importante tras el protagonista es un bebé de trece meses.

El protagonista, Salvatore (muy bien interpretado por Héctor Alterio) es un campesino calabrés y antiguo partisano que, enfermo de cáncer, es trasladado a Milán por su hijo (un eficiente Nacho Castro) y contra su voluntad, para recibir una mejor asistencia médica.

En la ciudad del norte de Italia conocerá a su fastidiosa nuera Andrea (una insufrible Olga Rodríguez), a su nieto y encontrará el amor de una mujer madura, Hortensia (la eficiente Julieta Serrano). Salvatore es un hombre tosco, receloso, escéptico, cascarrabias, pero íntegro, representante de un mundo rural ya desaparecido, que se aferra a una forma de vida en vías de extinción, opuesta a la urbana y burguesa. En la ciudad se siente atraído por su nieto, algo inconcebible en un rústico hombre como él, descubriendo sentimientos paternos que no había experimentado con su hijo y convirtiendo a su nieto en el destinatario de unos valores que su hijo, transformado en urbanita, ha perdido. Salvatore encuentra en su nieto alguien a quien transmitir sus principios, una forma de sobrevivir a la muerte. Pero el nieto que en la novela vemos a través de la mirada del abuelo queda reducido en el escenario a un bulto portado por los personajes. Ello hace que el protagonismo de la historia original entre Salvatore y el nieto se traslade a Salvatore y Hortensia con lo que la obra se reduce a la narración de un amor tardío.

Si exceptuamos el obstáculo insalvable de llevar al escenario a un personaje de trece meses, Juan Pablo Heras, autor de la adaptación teatral, ha querido ser respetuoso con la novela original y para ello ha convertido los pensamientos y recuerdos de Salvatore en largos diálogos narrados mediante la voz en off, unida a la proyección de imágenes en el escenario, pero esa voluntad de ser fiel al texto original hace que a veces asistamos más a una narración que a una representación y que varias evocaciones que Héctor Alterio hace del pasado pierdan la fuerza que tendrían si las hubiera proclamado sin necesidad de recurrir a una grabación.

A quienes les haya gustado la obra de teatro y no conozcan la novela, les recomiendo el libro de José Luis Sampedro, porque cuando el estuco trata de sustituir al mármol es pulido para darle una apariencia similar, pero no siempre lo consigue.