A principios de 1955 Jean y Franc Short, reporteros del National Geographic Magazine, llegaron a Canarias para realizar un trabajo sobre las Islas. El resultado de esa estancia de dos meses, publicado en el número de abril de ese año con gran y colorida profusión fotográfica, no desdeña la estampa típica, el pintoresquismo y una estética de postal propia del difunto Ministerio de Información y Turismo. Pero, desbrozada toda la maleza de folleto publicitario, podemos hoy ver asomar en esas páginas aquel Archipiélago de hace más de medio siglo, humilde y reconcentrado en sus problemas cotidianos, que veía pasar la vida con un tempo apacible y secular.

El título del reportaje, Spain's Fortunate Isles, the Canaries, da ya una idea de la línea de exotismo edénico por el que optaron los autores. "Las islas son un lugar ideal para las vacaciones, con un clima excelente y hoteles cómodos y baratos", se afirma en las primeras líneas. El sector agrícola era entonces la locomotora de una economía isleña que aún no se había lanzado de cabeza a la explotación turística. "Los terrenos producen plátanos y Canarias florece. Hay comida y trabajo para todos. Los precios y los salarios son bajos", explicaban.

Muchas cosas habrán cam- biado desde 1955, pero ya entonces Jean y Franc notaron las inocuas asperezas del pleito insular. "Tenerife y Gran Canaria compiten por el tráfico maríti-mo y el tráfico de turistas. Pero es una pugna amistosa que na- die parece tomarse muy en serio. Es, después de todo, sólo un problema de dinero". La cosa se enconaba, empero, si lo que entraban en juego eran las alfombras de flores del Corpus. "Dígale usted a un grancanario que puede haber belleza en las alfombras de Tenerife y tendrá un enemigo de por vida. Esas sí son cosas importantes".

Al colorido de las fiestas del Corpus dedicaron unas cuantas páginas los periodistas, que de casa en casa, de balcón en balcón, disfrutaron de las procesiones abrumados por la despreocupada hospitalidad de unos lugareños que, sin conocerlos, los invitaban a pasar a sus hogares. "Pensamos que esa era la clase pudiente, pero no, eran casas de los de la clase media. Ellos no tienen coche o televisión, pero tratan de vivir en un buen hogar".

El cicerone de la pareja, Francisco Pérez Naranjo, los sacó de paseo por Gran Canaria en uno de esos coches "de marcas que ya no existen en las autopistas de los Estados Unidos", y juntos se lanzaron a recoger impresiones para el reportaje. Después de comer en el Parador de Tejeda visitaron las casas cuevas de Artenara, que describen con tenebrosos tintes de ermita. "Lamparas de aceite alumbran los cuartos. Los cuadros religiosos cuelgan de todas las paredes y los crucifijos están en todas las habitaciones".

No faltan durante este periplo las alusiones a un pasado legendario del Archipiélago, que da pie a parcas caracterizaciones. "Los canarios son gente feliz. Los antropólogos encuentran que algunas características de los guanches sobreviven en los isleños actuales, y aquella olvidada y extraña raza hizo de la felicidad su especialidad", dicen. Ya en la costa serán testigos de la captura de un gran calamar, que "los canarios cocinan con una salsa de su propia tinta. Se ve negro y poco apetecible, pero sabe muy bien con arroz".

En Lanzarote los periodistas se maravillan ante el ingenio de los campesinos para cultivar tierras que se resisten a ser labradas. "Las precipitaciones anuales puede que no superen las dos pulgadas, y además no hay pozos para el riego, así que los lanzaroteños extraen agua literalmente del aire", dicen. En esta isla los reporteros encontraron los últimos cultivos de cochinilla, con "mujeres extrayendo con cuidado el pequeño insecto blanco del cactus".

La corta jornada en Fuerteventura apenas dio para nada reportajeable, más allá de un almuerzo de mejillones "cocinados de tres maneras diferentes".

En Tenerife, la pareja de periodistas visitó el jardín botánico de La Orotava y el drago de Icod. En la primera localidad disfrutó de la Romería de San Isidro. Luego Jean, la fotógrafa, visitó la costa norte de Santa Cruz, "donde cientos de mujeres estaban ocupadas secando pescado para enviarlo al Marruecos francés y al Congo belga. Ese pescado se deja secar al sol entre 10 y 12 días antes de exportarlo".

Poco después se despidieron de las Islas, no sin antes disfrutar de una fiesta en una villa que "era la reproducción perfecta de un hogar canario del siglo XVII". Allí hubo "baile, cante, guitarras, flores y bellezas". En el avión de vuelta a Estados Unidos, un embelesado Frank Short no podía dejar de silbar una canción popular que comparaba a las mujeres canarias con el Teide: nieve en la superficie y fuego en el corazón.