Patti Smith, la provocadora y deslenguada que enarboló en 1975 la bandera del punk rock intelectual, curtida en las agrias vueltas que le ha dado la vida, camino de cumplir los 70 años, parece haber escrito un pacto con alguna fuerza maligna para no doblegar su propuesta musical ni ceder a los condicionantes de la etapa de su vida.

El pasado sábado, se reivindicó como lo que es dejando una gratísima y satisfactoria impresión de su primer concierto en Canarias, y de paso, dejar escrita una de las páginas más brillantes que se recuerdan en este Arrecife de las Músicas, el encuentro de músicos de distinto palo de estilo que ha traído hasta la Sinfónica del Alfredo Kraus en ediciones anteriores a históricos como Ray Davies o Elvis Costello. Fue una noche de lujo la del 11 de junio, un día perfecto, haciendo uso de la canción de Lou Reed con la que la estadounidense encarriló la recta final del concierto antes de echar el resto con la larguísima versión que hizo de Gloria, el clásico firmado por Van Morrison con el que abría su primer disco, Horses (1975).

Un regalo para un aforo que tenía la sensación de patio de colegio en vísperas de las vacaciones, por la excitación de tener enfrente a una de las grandes de la música contemporánea. La cantante y poetisa peina canas con la elegancia de una gran dama de la canción y la poesía. Despojada de cualquier electricidad, la que va pareja a su música, sobre todo en los primeros discos, el concierto se presentaba a priori extraño ante la instrumentación acústica que aguardaba la llegada de la artista y su banda. Pero lo que faltaba de amplificación y distorsión se suplió con nervio, actitud y la veteranía y seguridad que da una banda que tiene al guitarrista Lenny Kaye al frente.

Y fiel al guión que había anunciado días antes de su llegada a la Isla, Patti Smith trazó un repertorio de grandes éxitos, ejecutados con precisión milimétrica, que fue subiendo en intensidad a la primera media hora. Apertura a lo grande con Dancing Barefoot, para bajar a saludar al público y estrechar la mano de, entre otros, el músico palmero Carlos Catana, en primera fila, y entrar de lleno en una noche de emociones y secuencias para la historia, al ritmo que marcaban de Redondo Beach, Birdland (la artista tuvo que coger las gafas y texto para completar su característico alegato), Wing (a la memoria de Roberto Bolaño), My Blakean Year, Ghost Dance y Pissing in The River. Primera parte de un show antológico, con paradas en casi todos los discos de Smith, y que la artista aprovechó para sentarse entre el público mientras la banda con Lenny Kaye de vocalista se ponía bronca con los clásicos Night Time y Pushin Too Hard.

Lo arisco de su carácter pareció desaparecer entre el baño de masas que quiso darse en varias ocasiones durante la noche, y hasta se le aplaudió cuando escupió al suelo en un par de ocasiones. Cosas del mito. Y a la espera de completar los hits a la carta que Smith había prometido, siguieron piezas como Fade Away, Peaceaple Kingdom (dedicada a su querido Robert Mappethorpe), y casi sin pausa alguna, dos de los himnos más esperados: People Have The Power, el guiño a la revolución silenciosa que calienta las plazas, y Because The Night.

La banda se retiró para dejar a los bises boquiabierto al público con la estremecedora A Perfect Day, de Lou Reed (el artista que le falta al Arrecife para ir completando su historia) y Gloria, de Them. ¿Faltaron canciones? Por supuesto, pero habría sido otro concierto.