Para cerrar temporada, el Coro de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria ha dado la mejor marca de calidad desde que inició su firme y sostenido crecimiento al lado del conjunto titular. Dos grandes obras, muy contrastadas y brillantes, formaron parte del último programa de abono bajo dirección de Pavel Kogan, hijo del mítico violinista ruso Leonid Kogan y debutante en Canarias. El Canto del destino Op.54 de Brahms, una de las obras maestras que nacen estilísticamente de la genialidad del Réquiem alemán Op.45 y le son tributarias sin menoscabo de su originalidad, tuvo una lectura modélica por parte de Luis García Santana y los cantores, por la cohesión y redondez de las cuerdas en sus partes adagio, llenas de sensibilidad y matices en la dicción del texto de Hölderlin, el más profundo y espiritual de los poetas románticos alemanes, y por la contundencia rítmica de las invocaciones allegro, entonadas con seguridad plena a todas las alturas y un cuerpo sonoro de gran entidad, perfectamente empastado. La alternancia de los impulsos tenues, casi susurrados, y el solemne trazo de los versos fortíssimo, se produjo con admirable unidad en el balance de las voces y diseñó con inteligencia los climas queridos por el poeta y el músico.

Con el Te Deum de Verdi, la más compleja y elaborada de sus Cuatro piezas sacras, hicieron patente la maestría modulatoria del más grande de los operistas italianos. En su ancianidad, hizo el compositor un alarde soberbio de potencia creadora, muy bien entendida por García Santana en el "mixto" de clasicismo y dramaticidad generado por el compromiso de cultura formal y libertad teatral en que descansan los valores arquitecturales y la directa emotividad de la piez a. La suntuosa escritura, tan exigente en el riesgo de las alturas como en la grandeza hímnica, fue demostración del punto de madurez alcanzado por el Coro, un gran coro que merece la atención y el mimo debidos a todo lo que deviene del trabajo, la constancia y el saber. Dicho en corto, nos hemos sentido orgullosos de este excelente instrumento vocal.

El maestro Kogan consiguió de la Orquesta y de la concertación el mejor rendimiento deseable. Su técnica abarcadora, su claro gesto, el preciso sentido del contraste dinámico y la intuición de timbres y colores fueron bazas esenciales del éxito rotundo de esta primera parte, merecedora de ovaciones que él director quiso centrar en los cantores y su director titular, mientras los instrumentistas se sumaban con entusiasmo al merecido premio.

Por motivos personales no pudimos quedar a la segunda parte, dedicada a la segunda sinfonía Pequeña Rusia, de Tchaikovski.