Cargados de expectación, cientos de personas llenaron los aledaños del Estadio de Gran Canaria en la tarde de ayer con un único objetivo: ver a su ídolo en concierto. A media tarde, y varias horas antes de que Sting deleitara con su repertorio a los ansiosos fans, una larga fila comenzaba a recorrer las inmediaciones del recinto, a la espera de que la ventanilla de la taquilla se abriera. Una espera que se alargó hasta minutos antes de que diera comienzo el espectáculo y que hizo que éste se retrasara algo en su comienzo. De hecho, para aligerar el tránsito de los asistentes, hizo falta habilitar una segunda ventanilla en la que también se pudieron convalidar las entradas.

Por su parte, los más precavidos, con las localidades ya en la mano, llenaron una segunda fila en torno a la puerta de acceso al interior del Estadio. A las 19.30 horas, una marea de gente se apresuraba para ser los primeros en pisar el que, por unas horas, sería su lugar de encuentro con Sting.

El amplio despliegue policial también se hizo notar. Las medidas de seguridad tomadas intentaron evitar cualquier tipo de incidente, tanto dentro como fuera del Estadio, y lo consiguieron. La coordinación entre los agentes de policía y los organizadores del concierto permitió que los primeros accesos se realizaran de forma ordenada. No fue hasta, aproximadamente, las 21.00 horas, cuando el acceso de la grada curva también abrió sus puertas, descongestionando y aligerando la entrada de personas. Momentos de angustiosa impaciencia que desaparecieron nada más cruzar el umbral de las gigantescas puertas azules que daban paso a los, tan deseados, asientos de ensueño.

Mientras, en el escenario, y sin que apenas nadie les viera, los músicos afinaban los últimos acordes para no dejar nada al azar. Unas breves melodías que inundaron el ambiente de forma intermitente y que acrecentaban la inquietud de los presentes, deseosos de que el concierto comenzara ya.

En la carretera, la afluencia de vehículos era cada vez mayor. Coches estacionados en doble, y hasta en tercera fila, se adueñaron de toda la zona cercana a Siete Palmas. El parking anexo al Estadio, rebosante de coches, tan solo dio cabida a los más avispados en llegar. El pasar de las horas trajo consigo la lentitud del tráfico en la zona y el anochecer.

La espera valió la pena. Ya con la oscuridad nocturna suspendida en el cielo, miles de personas comenzaron a vibrar con las conocidas melodías del legendario músico británico, que sin duda, no deja indiferente a nadie. Por fin, los grancanarios disfrutaban de Sting.