Es difícil no hablar de Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte 2 como del esperado enfrentamiento final entre Harry Potter (Daniel Radcliffe) y Lord Voldemort (Ralph Fiennes). Parece que David Yates (director), Steve Kloves (guionista), Eduard Serra (director de fotografía), Alexandre Desplat (músico) o Emma Watson, Rupert Grint y Alan Rickman (personajes secundarios) no existan. Sus trabajos, decisivos en la octava y última película de la exitosa franquicia, queda relegado a un oscuro segundo plano ante el fulgor estelar que deparan los dos actores, excelentes por otra parte, en su bien promocionada batalla campal que pone fin a la saga del niño (ahora no tan niño) mago, creada por J. K. Rowling.

Así las cosas, sustraerse al duelo de titanes entre los dos principales contendientes resulta prácticamente imposible. Pero convendría hablar más del carácter misceláneo de la película. Con un mezcla de elementos fieles e infieles hacia la novela original, cuyo atractivo reside en la fascinación por las oscuras artes no ya de la magia, sino de la literatura, Yates ha orquestado una película vertiginosa en la que la forma se impone casi siempre al fondo. Mucho más dotado para el ritmo que Mike Newell, y mucho más firme que Chris Columbus, Yates se consolida como uno de los pocos directores realmente con poderes terrenales para plantar cara a los videojuegos y demás formas de ocio de última generación.

Con buena parte del camino dramático ya recorrido en la primera parte, dirigida también por Yates, Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte 2 desliza en su longevo, pero nunca cansino metraje, coreografías violentas resueltas con convicción casi clásica -en las antípodas de los movimientos esforzadamente espectaculares y decepcionantes de la cuarta entrega, Harry Potter y el cáliz de fuego- y escenas intimistas en las que, a través de la planificación y la utilización de los decorados, se insufla un hálito emocional del que están carentes por regla general los personajes, pese al empeño en mostrar por igual su lado más frágil y su vertiente más atormentada.

Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte 2 no defraudará a quienes se acerquen a ella buscando un digno entretenimiento que, si bien no llega a ser memorable -no tanto por el trabajo de dirección, que es bueno, sino por el desequilibrio del guión, característica común de buena parte de las películas de la franquicia cinematográfica-, tampoco insulta la inteligencia del espectador. Lo cual, sumado a la magia que desprenden sus fotogramas, no tiene parangón en la cartelera y, probablemente, en mucho tiempo. Tanto como el largo y cálido verano que tenemos por delante.