Las estadísticas señalan que Noruega, uno de los países más civilizados del planeta, tiene el mayor índice de suicidios. O, dicho de otro modo, que los atentados en el país escandinavo los acometen los ciudadanos contra ellos mismos. Quizás por eso, la reciente masacre en la isla de Utoya resultaba aún más impactante.

Todo esto viene a colación porque en el espectáculo Forever young, del noruego Eric Gedeon, dirigido por Tricicle, subyace un intento de ver el lado positivo de la vida, de disfrutar el momento al máximo, de luchar contra esa tendencia noruega a dejarse arrastrar por la melancolía y de la que Ibsen fue un maestro en extrapolarla a nivel mundial. Porque la obra no es más que una comedia musical, con gran carga de humor negro que, realmente, intenta ocultar el pesimismo endógeno de ese rincón de Europa.

Desde el principio, y se supone que en el futuro, los seis ancianos, que superan los noventa años, buscan rememorar su añorada juventud a través de la música de los 60, 70, 80 y 90, con más voluntad que otra cosa.

Todo ello, a pesar de una cínica enfermera que aprovecha cualquier instante para recordarles lo poco que les queda de vida. Lo que de despiadado pudiera tener esta escena, se transforma en risas en los espectadores por una sucesión de caracterizaciones, movimientos, ruidos y muecas que convertían a los personajes casi en muñecos de guiñol y que, por eso, tuvo tanta aceptación entre los niños.

Concebido en torno a clásicos del rock, las eficientes interpretaciones de todas las canciones, y la perfecta modulación en cuanto a voces y coros, demostraba que, realmente estábamos ante un show de un músico y cinco cantantes que actuaban.

Del resto, señalar que la obra tiene muchos paralelismo con el humor de Tricicle, por lo que no resulta extraño que el trío catalán se quedara colgado con semejante espectáculo. Un auténtico teatro de marionetas para reivindicar el placer y la diversión más allá de los sesenta.