E n Maná no caben las medias tintas. O los idolatras como la gran banda de rock latino de los últimos años, o los aborreces sin clemencia alguna. Lo que ocurrió anoche en el Estadio de Gran Canaria ante casi 25.000 espectadores, según datos de la organización, tuvo que ver con lo primero. Locura colectiva, histeria compartida, emociones de ida y vuelta, canciones coreadas de principio a fin como un inmenso karaoke digno de competir en el Guinnes de los récords.

Como ha pasado ya en otras convocatorias multitudinarias, los accesos a Siete Palmas eran, desde un par de horas antes del concierto, un señor embudo, aunque los más valientes guardaban cola a las puertas del Estadio desde media mañana, con la confianza de lograr una plaza entre las primeras filas y tener lo más cerca posible a sus estrellas. Los asistentes no se sustrajeron del uso del coche particular, pero, felizmente, cada uno encontró su lugar. Poco a poco, fueron ocupando lugares, las tres cuartas partes del público se situaron en la zona del césped, donde, desde antes del primer acorde, ya había montada una buena fiesta, con banderas mexicanas incluidas.

Con una producción espectacular, asombrosa para miles de personas que rara vez salen de la Isla a disfrutar de eventos similares en la Península o en distintas ciudades europeas, el directo de Maná, tal como se desarrolló anoche con la misma escenografía que ha podido verse en tierras peninsulares en la última semana, tiene una pegada y potencia que hace olvidar la excitación que producen sus discos en los fanáticos de su música.

El público, que oscilaba aproximadamente, entre los 25 y los 50 años, vino con la lección aprendida. Y es que grupos como Maná son igualmente responsables de reverdecer el fenómeno fan entre espectadores de todas las edades.

Drama y luz, su octavo disco de estudio tras seis años de silencio discográfico, ha sido el trabajo que ha posibilitado aflorar el músculo dormido en un grupo que enhebra sus canciones a base de historias de amor y desamor.

Con casi media hora de retraso y con los acordes de Lluvia al corazón, primer single y tema que abre el disco, arrancaba una noche que se presumía larga y excitante. Una enorme cortina blanca y una nube de humo atravesada por haces de luz hizo que la gente pusiera los móviles en ristre para registrar todo lo que se avecinaba. Delirio... y el vocalista Fher Olvera que gritaba: "¡Las Palmas, Las Palmas, Las Palmas, los extrañábamos mucho!", y prometía: "Lo vamos a pasar de puta madre esta noche".

Así arrancaban dos horas de concierto programadas, que, entre pausas de cambio de escenografía, efectos de luces y visuales que parecían escaparse de las pantallas para abrazar a los espectadores, y agasajos a los invitados, el guitarrista Ginés Cedrés, y los siete figurantes, todas mujeres, que participaban como sección de cuerda en los temas El espejo y Sor María, el show podría alcanzar las dos horas y media, y superar la franja de la medianoche. En esta última canción, la escenografía se llenaba de llamas proyectadas en la cortina blanca, que emulaban el fuego de la Inquisición.

Con Fher Olvera a la voz, guitarra y armónica, Sergio Vallín a las guitarras, Juan Calleros al bajo y Álex González presidiendo el inmenso escenario de 60 metros de largo con su impresionante batería, la banda comenzó a desgranar temas de su último trabajo con los clásicos de su repertorio, himnos imperecederos que en 2011 parecen robustecidos en estructura y con un sonido que resta cualquier debilidad rítmica a los originales.

Una de las piezas que levantó más la voz unánime de karaoke del público fue la pegadiza Señal de amor, todo un clásico que no decepciona a sus seguidores más fieles.

Esperanza

El show tiene sus puntos broncos y pasajes regados de nostalgia y sentimiento. Frente a piezas especialmente complicadas para la banda por el mensaje que encierran y por su complejidad en arreglos, como ocurre con Vuela libre paloma, la canción que Fher compuso a la memoria de su madre y hermana fallecida, suceso que le sobrevino en mitad de la grabación del disco, se suceden otros donde mandan las guitarras y la percusión se desboca. "Esta es una canción de esperanza", dijo el cantante emocionado antes de tocar este tema, que le es especialmente querido y que eleva al público casi al éxtasis cuando aparecen unas enormes alas que lo inundan todo.

"¡Qué pulmones tienen aquí!", reconocía Olvera tras escuchar al público entonar acompasadamente el tema Amor clandestino, de su último disco.

Un poco más tarde, el Estadio se llenó de México con Mariposa traicionera, que trajo los aires rancheros a los que tampoco renuncia Maná en parte de su repertorio. "Se la dedico a todos los hombres que se enamoran de mujeres que los maltratan, como yo", aseguró el cantante, en medio de un aplauso cómplice con el público.

Con Latinoamérica, tocaba 'hacer continente' y la pantalla mostraba un colorido mosaico con las banderas de los países que componen esta zona del mundo. "Hay que soñar Latinoamérica", deseó Fher, que sacó más de una lágrima a los latinoamericanos que acudie- ron al concierto.

Un concierto directo al corazón en el que tampoco faltaron sus temas ya universales como Corazón espinado, Labios compartidos, Como te deseo o Muelle de San Blas.