Por tercera vez aparece Shostakovich esta temporada y no estaría mal seguir programando sus sinfonías hasta completar las quince. El ucraniano Leonid Grin dirigió el viernes pasado la Tercera Op.20 'Primero de mayo', que, junto a la Segunda, es lo peor del catálogo. Salvo los muchísimos fanáticos del compositor ruso, nadie lloraría la marginación de esas dos obras, lastradas por la lucha interior de un genio entre la presión del propio lenguaje -rompedor desde la juvenil Primera- y el agobiante ukase stalinista contra el "formalismo burgués", que debe entenderse como antinomia del "contenidismo soviético". Esos contenidos inflados y apologéticos están en el remate coral de la Tercera, mientras que el resto de los episodios intentan agónicamente un código individual que cuajará desde la Cuarta, condenada a la gaveta después de la conminatoria crítica del Pravda a la ópera Lady Macbeth.

Sea como fuere, todo lo que un genio procrea tiene zonas de interés, y las de esta sinfonía justifican programarla al menos una vez. El maestro Grin hace una versión extraordinariamente tensa y exasperada, muy bien entendida por la Orquesta y sus solistas. El diálogo de los clarinetes (Cavallin y Schade), el soberbio fugado con ritmos contrapuestos del allegro, el susurro de timbal y caja clara en trémolo continuo mientras canta el concertino y la dominadora potencia del Coro de la Filarmónica, vencedor de la abusiva tesitura aguda del panfleto final (siempre culta y en estilo la lectura de Luis García Santana) pusieron en valor lo mejor de la pieza en medida de sus desconcertantes banalidades y divagaciones.

Previamente, la abreviada y ágil versión 1919 de la suite de El pájaro de fuego recibió de la batuta un tratamiento lleno de vitalidad y sustancia. Ritmos nerviosos, virtuosismo espectacular, oboe y fagotes expresivos (Mir, Potts y Martí), cobres apabullantes y ar-cos perfectos dieron el acento "racial", agresivo y salva- je, del joven Stravinsky tal como Grin lo ve (y que Dios le conserve la vista).

La Leonora III de Beethoven, ahora interludio del segundo acto y no obertura del Fidelio, abrió la sesión de manera descompensada, tediosamente lenta en el adagio y con sonoridad de trazo grueso en el resto. La compensación estuvo en el resto de la velada del esotérico 11-11-11 que nos dio a conocer la buena nueva de un presupuesto cabildicio generoso con la Orquesta y su Fundación. En estos idus, casi un milagro.