El debut en la dirección cinematográfica de la hasta ahora actriz grancanaria Yanely Hernández con el corto 22:57 es un ejercicio astuto e inesperado al basar gran parte de su atractivo en un guión milimétricamente estudiado que ofrece una parábola sobre el origen de la crisis actual personificada en la vida de un director de banco sin escrúpulos y con procedimientos poco éticos.

Trasladar todo esto a escasos veinticinco minutos de metraje es el mejor acierto de este corto, que, aunque cuenta con buenos actores y resulta ágil y entretenido, tiene, por otro lado, ciertos altibajos en cuanto a su desarrollo.

Muy bien logrados están, por ejemplo, esos encuadres, flashbacks o superposiciones de imágenes en los que se pueden encontrar audaces técnicas que no desmerecerían en películas de realizadores con personalidad e imaginación de la estela almodovariana. Sin embargo, en ciertos momentos los cambios de escena y de tiempo algo bruscos recuerdan demasiado a lo visto hasta ahora en La revoltosa, y algunos de los actores caen de forma inevitables en algunos de esos clichés. Recursos que quedan bien en el lenguaje visual de un corto, pero que resultan un pelín forzado en lo que sería el metraje de un film.

Sin embargo, Yanely Hernández se aleja de lo que pudiera parecer el proyecto de una realizadora amateur en cuanto a que ha sabido condensar en media hora la vida de un hombre ambicioso que basa su triunfo social en sacar provecho de las necesidades ajenas y, al final, cuyo plan de comenzar una nueva vida fracasa con ese genial e inesperado desenlace.

Con imágenes de calles y plazas emblemáticas de Las Palmas de Gran Canaria, 22:57 puede ser un emocionante comienzo para una realizadora que se encuadra dentro de ese cine social hecho en las islas y que, con tintes de comedia, cuenta una situación trágica que escarba, de manera irónica por desenfadada, en las entrañas de por qué la economía mundial ha llegado a lo que ha llegado. Y lo consigue transmitiendo al espectador esa sensación tan placentera como incómoda de río por no llorar.