Estaban construyendo un nuevo país, una manera distinta de entender las relaciones de poder. Se abrían a las ideas emanadas de la Francia revolucionaria y la mayoría de ellos buscaba dar carpetazo a un Antiguo Régimen en el que la libertad y la igualdad estaban reservadas a unos pocos privilegiados desde su cuna. En aquel escenario, en las llamadas Cortes de Cádiz (1810-1814), cuatro canarios defendieron sus ideas con convicción. Tres sacerdotes y un hombre de números. Tres liberales y un absolutista. De Gran Canaria, Tenerife y La Gomera. A favor y en contra de la Inquisición... y cada uno luchando por su isla.

Pedro José Gordillo y Ramos, natural de Guía, en Gran Canaria, llegó a ser presidente de las Cortes Constituyentes; Antonio José Ruiz de Padrón, gomero, viajero, adelantado a su tiempo; Santiago Key y Muñoz, tinerfeño absolutista, que tras el lapsus gaditano sería nombrado ministro del Santo Oficio; y Fernando de Llarena, también de Tenerife, intendente y firmante de la Constitución de 1812, de La Pepa. Este año todos ellos cumplen dos siglos.

Cuando Napoleón cruzó los Pirineos en su afán expansionista, en 1808, con la excusa de extender los logros de la Revolución Francesa a toda Europa, desencadenó la Guerra de la Independencia, que duraría hasta 1814, cuando el borbón Fernando VII reinstauraba el absolutismo. A partir de la semilla de la resistencia que significaron las revueltas populares, se fueron creando las llamadas Juntas Locales o Regionales de Defensa. De ellas, incluso de América y Filipinas, fueron enviados a Madrid los diputados de lo que luego serían las Cortes de Cádiz.

Según el libro Historia Contemporánea de Canarias (Obra Social de La Caja, VV.AA.), de Canarias saldrían Gordillo por Gran Canaria, en 1810; y en 1811 lo harían Santiago Key por Tenerife, Fernando de Llarena por La Palma y Tenerife, y Ruiz de Padrón por La Gomera, El Hierro, Fuerteventura y Lanzarote. Para el historiador Agustín Millares Cantero, "las tensiones entre el Antiguo y el Nuevo Régimen se aprecian a través de las posturas de los diputados canarios, ya que no se registra una posición homogénea entre ellos, pues mientras Santiago Key era claramente partidario de las ideas absolutistas y votó en contra de la supresión del Voto de Santiago (impuesto a la Iglesia) y del Santo Oficio, tanto Ruiz de Padrón como Llarena y Gordillo abogaron por la abolición del tan denostado, por los liberales, tribunal eclesiástico". En el caso del guiense, sus ideas progresistas le llevaron, incluso, a plantear la abolición de los señoríos, una de las bases del régimen feudal.

Pero si hubo un asunto que generó tensiones entre ellos, ése fue lo que se ha calificado como el problema canario, el famoso pleito insular que se materializa en las Cortes de Cádiz. "Será el asunto que más va a preocupar a los doceañistas isleños, ya que las tensiones entre las dos islas mayores (Tenerife y Gran Canaria) se recrudecerán a raíz del inicio de la Guerra de Independencia", adelanta Millares Carló. "Los diputados que representan a Tenerife y las islas periféricas presentaron mociones a favor de la Audiencia de Santa Cruz de Tenerife, la creación de la Universidad de San Fernando en La Laguna y el obispado de Tenerife y la capital de Canarias para la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Sin embargo, Gordillo se mostró muy activo en favor de su isla. Con anterioridad a su nombramiento como presidente de las Cortes Constituyentes, en 1813, ya se había destacado por su enfrentamiento con la Junta Suprema de La Laguna y la oposición a nombrar al marqués de Villanueva del Prado como representante de Canarias en la Junta Suprema Central. Pero la defensa de la capitalidad del Archipiélago para Las Palmas lo convirtió en un decidido enemigo de la creciente centralización que se estaba gestando en Tenerife", añade el profesor de la ULPGC.

De hecho, las ideas que defendieron en aquellas sesiones les pasarían factura o les beneficiarían cuando El Deseado Fernando VII tomaba las riendas del país con mano firme tras la retirada de las tropas napoleónicas en 1814. "El destino posterior de los doceañistas estuvo relacionado con las posturas ideológicas adoptadas en el primer órgano legislativo de la Historia de España", recuerda Millares. Por supuesto, la lealtad del tinerfeño Key y Muñoz al absolutismo se vería recompensada. Con la Restauración sería nombrado ministro del Santo Oficio en 1815 y rector de la Universidad de Sevilla. En cuanto a sus intervenciones, es interesante consultar el trabajo Santiago Key y Muñoz (1772-1821). Perfil de un eclesiástico del Antiguo Régimen, de Manuel Vilaplana Montes, publicado en el Anuario de Estudios Atlánticos, número 26. En él se explica que el tinerfeño era puntual y cumplidor, que opinaba siempre que se trataban asuntos canarios y que emitía su voto particular, "demostrándonos su preocupación por dejar constancia de su postura". También queda claro que "es un hombre obsesionado por conseguir que prevalezca la primacía de la Iglesia sobre la Autoridad Civil".

Llarena y Franchy, que se situaba en el centro, votando a veces con los liberales y otras con los absolutistas, pudo conservar su medio de vida. Una vez clausuradas las Cortes, regresó a Canarias con los honores de intendente y fue nombrado el 1 de octubre de octubre de 1814, por la Junta del Crédito Público, interventor de este establecimiento.

No tuvieron esa suerte Ruiz de Padrón y Gordillo, que se distinguieron por su progresismo. Agustín Millares explica que el clérigo gomero "fue víctima de la reacción absolutista, sometido a proceso eclesiástico y condenado a reclusión perpetua en 1815, aunque fue absuelto posteriormente y reintegrado a su actividad eclesiástica". Pedro Gordillo "también sufrió los rigores del régimen fernandino y las iras del Cabildo Catedralicio de Canarias. Marchó a La Habana en 1817 y nunca regresó a su patria chica", concluye el historiador.

Los cuatro fueron hijos de un tiempo emocionante y convulso.