Espectáculos sensoriales, donde el espectador pierde los privilegios de butaca para sentirse protagonista pasivo o activo, a la vez que atrezo de una producción provocadora. Clásicos descontextualizados que rompen las rigideces de décadas de interpretación, para presentarse como impactantes lecturas contemporáneas que pujan por agrupar a todas las artes y medios técnicos y humanos al alcance. Es La Fura dels Baus, especialistas en el arte de la interacción, que desde su creación en 1979 como compañía de teatro callejero de animación, ha crecido como una plataforma única de acción teatral y musical vinculada a una suerte de perfomance agresiva entre lo tribal y lo tecnológico, sobre los que se apoya su catálogo identitario, el lenguaje furero.

Los títulos de cabecera del repertorio operístico y clásico, y los autores menos frecuentados y arriesgados, entre Falla, Debussy, Berlioz, Mozart, Ligeti, Kurt Weill, o el más complejo por su peso histórico, Wagner, e incluso los virtualmente imposibles como Stockhausen, se han colado en la agenda de producciones de la compañía catalana La Fura dels Baus. La búsqueda de un lenguaje escenográfico complejo y de alta sofisticación ha sido una constante en el devenir de La Fura dels Baus.

El penúltimo ejemplo de esa investigación escénica, de reinventar lo hecho y abundar en la esencia del arte total, es la producción junto al Orfeón Pamplonés de la cantata Carmina Burana, de Carl Orff. Una propuesta escénico-coral que mañana lunes y el martes se representa en el Auditorio Alfredo Kraus (días 20 y 21 en la capital tinerfeña) junto a la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y parte del Coro, dirigidos por el director titular y artístico de la formación grancanaria Pedro Halffter. Una producción monumental y de considerable impacto visual que ha tenido como cerebro furero a Carles Padrissa, que fue estrenada en la Quincena Musical de San Sebastián en 2009, con un horizonte de cinco años en gira.

Con un elenco vocal en el que destacan como sopranos Amparo Navarro y Luca Espinosa, los barítonos Thomas E. Bauer y José Manuel Díaz, y el contratenor Vasily Khoroshev, es un espectáculo circular, por música y escenografía, con un enorme tul que envuelve a la orquesta, inmensa pantalla para visuales y proyecciones, además de ingenios mecánicos y efectos.

Nada es casual en esta Carmina Burana. Aunque La Fura haya atemperado el nivel de agresividad escénica con el que se convirtieron en empresa de culto, las formas que arropan esta producción han propiciado un notable cambio en las formas de trabajo, y en la concepción del espacio artístico. Como ejemplo de este viraje hacia otros campos creativos, la compañía ha planeado una lectura a Orfeo y Eurídice, de Gluck, donde la propia orquesta se convierte en cuerpo de baile.

Para fundamentar el por qué de esa atracción de La Fura hacia la ópera y otras criaturas del espectro sinfónico, lírico y coral, hay que remontarse a 1996 cuando la compañía comenzó a diversificar su industria con distintos proyectos de forma simultánea. Fue el año en que La Fura teatralizó su primera ópera, La Atlántida, de Falla, en colaboración con Jaume Plensa. En 1997, tocó probar con Debussy y una pieza como El martirio de San Sebastián, para dos años más tarde y sin dejar de lado otros macroespectáculos y producciones fureras, celebrar con éxito la puesta en escena de La condenación de Fausto, de Berlioz. No solo de clásicos se cimentaba en aquellos años el tiro operístico de La Fura, y se optó por dar un perfil futurista al hidalgo mas célebre que retrató Miguel de Cervantes en DQ. Don Quijote en Barcelona, con música de José Luis Turina.

En 2002 se continuó alimentando el surco operístico con Sobre los acantilados de mármol, ópera sobre la novela homónima de Ernst Jünger, con música de Giorgio Battistelli y textos de Giorgio Van Staten.

'El Anillo'

La escenificación de una obra musical tuvo sus hitos en La Fura al atreverse con La sinfonía fantástica, Berlioz, en 2002, para entrar en una espiral creativa que daría producciones espectaculares que aportaron una dimensión desconocida a títulos familiares: La flauta mágica, de Mozart, por ejemplo, con la que se atrevieron en 2003, para adentrarse con acierto en el universo wagneriano en un viaje por escalas que pasaba por los capítulos de El anillo con la secuencia de El oro del Rhin (2007), Sigfrid y La Valquiria (2008) y El ocaso de los dioses (2009). El mito wagneriano amplificado en un tour de force con la representación del ciclo completo en una coproducción del Palau de les Arts y el Maggio Musicale Fiorentino, con Zubin Mehta como director musical. En medio, El gran macabro, de Ligeti (2009), Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, de Kurt Weill (2010), Tanhäuser (2010), Wagner otra vez, hasta llegar a Carmina Burana.