El capítulo estadounidense de Antonio José Ruiz de Padrón, franciscano gomero, diputado en las Cortes de Cádiz por Canarias, es digno de una película. En 1785, en un viaje a La Habana, su barco fue desviado por una tempestad a las costas de Pennsylvania. Eso le cambiaría la vida.

La primera decisión que toma, quizá motivado por sus inquietudes sociales es dirigirse a Filadelfia, ciudad en la que se había gestado la Independencia norteamericana y en la que, además, había una colonia importante de personas católicas. En este viaje no sólo conoció a Benjamin Franklin, con el que llegó a trabar una amistad, sino a George Washington o John Adams. Los políticos que construyeron Estados Unidos invitaban a este clérigo canario a las tertulias políticas en casa de Franklin, donde pronto destacó por su defensa de la abolición de la esclavitud. A pesar de que todos los participantes eran protestantes y liberales, encajaron a la perfección con las ideas avanzadas de Ruiz de Padrón, muy influenciado por la Ilustración francesa.

Fruto de esa diferencia religiosa, los americanos hicieron una encendida crítica a la Inquisición, que él hizo pronto suya y se materializó en un sermón que se tradujo al inglés y se distribuyó en todo el país.

Un año después llegó a Cuba, y empezó a criticar la esclavitud, una de las fuentes económicas fundamentales de la isla caribeña, lo que valió enemigos muy poderosos que lograron expulsarle de la Isla y hacerle volver a Madrid.

El sermón de Ruiz de Padrón contra el Santo Oficio se incluyó como apéndice en la Constitución de 1812.