La familia Simpson entra en una iglesia para asistir al servicio dominical. Desde el órgano llega un atronador torrente de notas sincopadas y los fieles pronto se ponen a cantar el himno religioso In the garden of eden (En el jardín del Edén). Bart se relame al escucharlo y sus padres cuchichean divertidos. "¿Recuerdas cuando hacíamos el amor con esta música?", comenta Homer. En realidad está sonando la mismísima música del diablo, o casi: In-a-gadda-da vida, tonada estandarte de los Iron Butterfly, banda histórica que este viernes día 24 nos visitará en el Felo Monzón con dos de sus miembros originales, el bajista Lee Dorman y el batería Ron Bushy.

Psicodelia, rock progresivo, hard rock... Todas estas etiquetas le sientan bien a Iron Butterfly, cuarteto que estampó con letras de oro su nombre en las listas de éxito de 1968, año seminal de muchos estilos y conclusión lógica de otros.

La historia del rock está llena de esos especímenes que los ingleses llaman one hit wonders (maravillas de un solo éxito), artistas cuyo nombre queda ligado por siempre a un único disco. Dan la campanada una vez y luego no consiguen repetir ese gran momento. Son una consecuencia de la volatilidad característica del pop. Iron Butterfly no fueron exactamente un one hit wonder pero 101 de cada 100 personas preguntadas asociarán su nombre a esa canción de más de 17 minutos, verdadero himno generacional para una época precisamente pródiga en ellos.

No andaban muy desencaminados los Simpson en su parodia, porque ese In-a-gadda-da-vida viene a ser una transcripción fonética más o menos apañada de In the Garden of Eden. Cuenta la leyenda que Doug Ingle, el teclista y cantante, estaba tan colocado cuando grabó el tema que ni siquiera acertó a pronunciar correctamente el estribillo. Así se fraguan los verdaderos clásicos. El gran tema y el disco homónimo que lo contiene muestran a un grupo sólido, con instrumentistas que saben lo que hacen (no debían estar tan colocados como se dice). Se pueden establecer similitudes con los Deep Purple de Rod Evans, por los resabios pop todavía no definitivamente decantados hacia el rock duro y por el muy presente sonido del órgano Hammond.

La banda tuvo ese excelente momento pero, lamentablemente, no supo capitalizarlo para consolidar una carrera de largo aliento. Ball, su tercer disco (In-a-gadda era el segundo) mostró también buenas maneras para un grupo que se escoraba más hacia el formato de canción. Llegó al Top-5, pero sería la última vez. Enfrentados a la competitividad de la edad de oro del rock, fueron discretamente engullidos por el olvido en par de años. Las inestabilidades de una formación sometida a continuos cambios de personal y el comportamiento errático de sus miembros hicieron el resto.

Una sabrosa anécdota da buena cuenta de cómo se las gastaban los amigos, tirando piedras contra su propio tejado. Los Iron Butterfly se convirtieron por unos meses en el grupo de moda en los Estados Unidos. Así, los organizadores del Festival de Woodstock no se lo pensaron dos veces y los llamaron para que tomaran parte en el evento, que ya se perfilaba como un acontecimiento clave. En Woodstock, ya se sabe, se cimentaron unas cuantas posteridades, fue el evento por excelencia de la generación hippy. El caso es que Ingle y compañía nunca llegaron a tocar porque, en una de sus acostumbradas refriegas, ¡se pelearon en el aeropuerto!

Todo esto poco o nada tiene que ver con la música del grupo, potente, barroca y cruda al mismo tiempo, que avanza con seguridad por las ondas sonoras hasta envolver totalmente al oyente. Hay algo muy de su época en ella, pero eso no es necesariamente negativo. El gran riff de In-a-gadda-da-vida da para una sucesión de solos memorables, y uno desearía que no terminaran nunca. La oportunidad de escucharlos en directo está ahí, a la vuelta de la esquina. Como diría Timothy Leary, expande tu mente. Nos vemos en el Felo Monzón.