Todo en torno a este hombre de rostro severo, piernas largas y sombrero de ala ancha resulta difícil de arrancar. Su poesía ensimismada aguardó nada menos que treinta años para llegar a la divulgación editorial: un círculo integrado por escritores como Fernando Ramírez, Lázaro Santana, Andrés Sánchez Robayna, los hermanos Padorno, Jorge Rodríguez Padrón y Manuel González Sosa se esforzó en sacarlo a la luz a partir de 1966 a través de monografías y estudios. El reconocimiento llegaría en 2006 con la publicación de una selección de su poesía por Acantilado con una presentación de Francisco Brines. El miembro de la Generación de los 50 y Premio Nacional advierte que ya en 1967 Dámaso Alonso se pronunciaba sobre la calidad del soneto Yo, a mi cuerpo. La pieza se publicó por primera vez en 1922, en las páginas de la revista de Manuel Azaña La Pluma. Se cumple el 160 aniversario del nacimiento del autor.

El consejero silencioso de Tomás Morales, Alonso Quesada (a ambos les dedica poemas por sus muertes prematuras) y Saulo Torón, pero también unamuniano, ha sido como una botella de champán de complejo descorche. Su nieto José Rivero y su esposa María Luisa Estévez, tras un largo anhelo, inauguran el próximo día 19 el Museo Poeta Domingo Rivero, precisamente en el lugar donde estaba su antigua casa, en la calle Torres 10 de Triana. Allí murió en 1929, pero llegó de Guía, aunque nació accidentalmente en Arucas en 1852 por el cólera. La sala, presidida por su mesa de despacho con la máquina de escribir Urania, acorta las distancias con el secretario de la Audiencia, antes Relator y primero Registrador. Y entre todo ello, el fino aficionado a las peleas de gallo, con ejemplares ganadores en el Teatro-circo Cuyás.

"Fue Domingo Rivero como poeta una isla en la isla", afirma Brines. Y Eugenio Padorno, editor en 1998 de En el dolor humano (Poesía Completa) del escritor, subraya en sus estudios "la leyenda" riveriana. Pendiente de una biografía, la apertura del legado a los investigadores permite desentrañar la agitada juventud del poeta, encorsetada luego en su rumiar poético. El tránsito se abre con un recorte de prensa con su ingreso en el Bachillerato de Artes, y junto a ello sus cajas de pintura y un juego preciso de compases. Fuera del fetichismo por los objetos, la primera inclinación política del poeta: miembro fundador en 1869 del Comité de la Juventud Republicana de Las Palmas.

Al año siguiente, salida hacia París acompañado de su madre. Los testimonios de la familia dan por hecho de que se pretende alejar al joven de las veleidades políticas, y sobre todo de las republicanas. La Revolución de 1868 supuso el destronamiento de la reina Isabel II y el inicio de Sexenio Democrático. ¿Qué ocurrió en París? No hay documentos, pero si el enigmático poema que Domingo Rivero dedica años después a Fermín Salvochea (1926), y que vincula al grancanario con el llamado santo del anarquismo, revolucionario en Francia. En 1871 estalla durante 60 días el movimiento autogestionario de la Comuna, que llena la escena política parisina de decretos a favor de la laicidad del Estado y de leyes en contra de la propiedad privada. "Y en medio de esta España sumisa y soñolienta, a mi memoria vuelve, surgiendo del pasado", escribe Rivero sobre Salvochea. En semisecreto queda también Cantonalismo (1925), pieza testimonial de los aires revolucionarios que absorbieron al autor, nostálgico, pues ahora ejerce de secretario de la Audiencia vigilado en pensamiento y obra.

Complicidad

Antes de llegar a los papeles de Londres, una parada en la sala de Torres 10. Domingo Rivero busca la complicidad literaria con la triada modernista de Tomás Morales, Alonso Quesada y Saulo Torón. El autor de Crónica de la ciudad y la noche, el oficinista de los ingleses, rescata al poeta recóndito de su despacho de la Audiencia. En el peregrinaje de la rutina, "a veces, en la calle, al vernos un instante/a la hora en que el trabajo breve tregua nos daba,/nimbado de emoción el pálido semblante, sus versos más recientes erguido recitaba", dijo Rivero en su dedicatoria en memoria del Quesada asomado a la tuberculosis. Allí está también la más antigua edición de Las Rosas de Hércules de Morales, del que lloró: "Yo que el Dolor conozco, /en su clemencia creo". Sus muertes jóvenes hundieron aún más a Rivero en su orfandad creativa.

El viaje a través de su literatura nos planta ante Las flores del mal de Baudelaire, un maldito traducido por Eduardo Marquina, la primera en España de un libro para lectores selectos dada su expansiva y ultimísima modernidad. Al lado, bajo la misma urna de cristal, otra obra mítica: La poesía francesa moderna, de Enrique Díaz-Canedo y Fernando Fortún, en su primera edición. La siguiente atracción corresponde a su periplo juvenil londinense, con los programas musicales del Covent Garden, los correspondientes prismáticos y el original del comprobante que certifica estudios en University College, London, en la Facultad de Artes y Leyes, en 1873. La aventura en el exterior del autor A Francia Vencedora (1918) se cierra con una estancia universitaria entre Sevilla y Madrid, donde estudia la carrera de Derecho.

Muerte del hijo

En 1929, una foto semiclandestina (obtenida por la familia a escondidas) retrata a un Domingo Rivero anciano en su finca de Los Hoyos. Es su última imagen. La muerte de su hijo Juan (1928) lo había sumido en una profunda tristeza. Animado por él, el poeta preparaba la edición de su poesía. La dolorosa desaparición le lleva a guardar para siempre sus escritos, a la vez que grita para sus adentros: "La muerte es el soberano consuelo al dolor humano. Para mis ojos vacíos". Fallece en 1929. Nada menos que treinta años queda la poesía riveriana envuelta en la oscuridad de una caja fuerte. Los hermanos Padorno, primero Manuel, y después Eugenio, serán los primeros en recibir la poesía completa para su análisis, divulgación y edición. ¿La razón de tan largo paréntesis? Su nieto subraya que "se necesitaban garantías para una investigación exhaustiva", y "la oportunidad nos llegó con los Padorno".

Unamuno, en 1910, llega a la Isla para participar en los Juegos Florales. El polémico pensador y escritor tiene un encuentro con Domingo Rivero en su finca. El Museo tiene en lugar privilegiado la edición parisina De Fuerteventura a París, así como una carta al catedrático salmantino. El autor grancanario también ira a su encuentro al Muelle de La Luz, de paso camino del destierro majorero. Francisco Brines habla de esta relación: "Con esto señalamos que el gran poeta y pensador tuvo en Domingo Rivero, mayor que él nueve años, su primera influencia, bastantes años antes que celebrara Cernuda su magisterio. No podemos por menos de señalar que el poeta canario también se acercó, como los dos citados, a la poesía inglesa, e incluso tradujo algún poema de aquella lengua".

Traducciones

El mismo Eugenio Padorno insiste en la etapa inglesa de Rivero, y se refiere a la meditación metafísica, a su atención lectora y traductora de Shakespeare y a los novísimos de la época, Thomas Hardy (1840-1928) y Rupert Brooke (1877-1915). Una constelación cosmopolita que, en el entorno de su ciudad, se refleja en el servicio que el secretario de la Audiencia hace a su amigo Juan León y Castillo, ingeniero del Puerto de La Luz, en la traducción de los informes de la empresa inglesa encargada del proyecto de construcción del nuevo muelle. Precisamente, Rivero tomaría partido por Juan cuando este cayó en desgracia por un desencuentro con su poderoso hermano Fernando León y Castillo. La crisis más sonada de los liberales grancanarios se saldó con la marginación del ingeniero, al que acompañó un pequeño grupo de amigos. Por supuesto que antileonistas, posición más que delicada dada la larga mano del teldense, ministro por dos veces (Ultramar y Gobernación), diplomático para el Norte de África y marqués de Muni.

Sus gafas, su pitillera, un cofre con monedas para diario, el bastón, los tinteros, los ex libris, una selección de sus poemas colgados de las paredes, su ingreso en el Colegio de Abogados, el recibo de suscripción a LA PROVINCIA, el reloj de bolsillo... Un fondo de 3.000 libros reunidos a partir de las bibliotecas de las familia, con especial trascendencia de los títulos procedentes del fondo de la esposa del poeta, Nieves del Castillo Olivares y Fierro. Un Museo humilde, íntimo, también con una importante colección de caricaturas de los habituales de la redacción del periódico La Crónica, que dirigió Juan Rivero, más las dedicadas al propio poeta; un busto del artista Manolo González; una carpeta que le dedicó Pepe Dámaso; retratos, la mayoría de su etapa en Inglaterra. Los caminos a Domingo Rivero son sinuosos y están llenos de bifurcaciones.