- Viene usted al CAAM para hablar de su experiencia en un acto organizado por la Cátedra Josefina de la Torre, un proyecto que persigue poner en valor el papel de la mujer en todas las disciplinas artísticas

- La mujer como ser humano tiene todo el derecho a reivindicar sus derechos, es lógico, y además es completamente justo que lo haga. Todo el mundo tenemos el derecho de reivindicar nuestro ser en el mundo con una dignidad de vida y de muerte.

- ¿No le parece una paradoja tener que reivindicar algo que de por sí es un derecho?

- Yo también me pregunto por qué la mujer tiene que reclamar una posición que por derecho le tiene que venir dada, pero lo que ocurre es que no es así. Vivimos en una época que se reivindica todo, muchas cosas que permanecían ocultas y que se daban por hechas, por bien hechas, y luego sólo son tradiciones o comportamientos sociales exigidos por intereses de alguna manera corruptos. Y hemos llegado a una circunstancia donde la gente ha dicho basta. Esto no es de ahora, y es muy lógico que ahora se insista en reivindicar nuestra posición laboral y en todos los ámbitos de la vida como persona. No pido ser ni más ni menos que un hombre, pero lo que pido es que se me guarde un respeto. Todo depende de la labor que desarrollamos, no del sexo que tengamos, creo que es lo importante. La mujer siempre es un objeto de deseo, lo primero que se dice es qué guapa es y lo demás, y no se trata de eso, y sin embargo de un hombre no se dice tan frecuente. Es un problema también de la mujer, que se convierte en machista con sus propios hijos, es algo muy profundo que está arraigado en la sociedad y que no somos realmente conscientes de esto todavía.

- ¿El título de su conferencia, La cultura no es un artículo de lujo es también una crítica a la discriminación por cuestiones de género?

- No hablo de comprar, sino educar la sensibilidad para educar el arte. No me gusta ponerme en el papel de una señora ilustrada que va hablando a los demás. No quiero imponer dogmas sino que todos aprendamos. Y la mejor manera de hacerlo es situar la charla en el comienzo del arte. Por ejemplo, cuando estuve en las Cuevas de Sara, en el País Vasco Francés, en el pueblo de Sara, que era refugio de los habitantes de la época, y le pregunté a la guía que por qué no había pinturas, y me dijo que ellos solamente pintaban cuando enterraban, y me dije ¡qué interesante! Esto nos demuestra que el arte para ellos era una labor sacra, la importancia que el arte tenía no era un adorno en sus casa, era algo trascendental. De la misma manera que cuando el hombre antiguo construía un dolmen para enterrar a los muertos, una labor social no era como lo entendemos hoy, en que convierte a la persona en el artista showman, era la sociedad entera o la tribu la que trasladaba esas piedras en homenaje a sus muertos. ¿Por qué hemos desembocado ahora en una sociedad tan frívola? ¿Por qué el arte se ha convertido en un artículo de lujo, en cierto modo? Quiero decir que los únicos que pueden adquirir arte son los ricos, los que tienen dinero. La gente normal solo puede comprar una serigrafía o ni siquiera eso. También defiendo la idea de que quien quiere puede. He conocido muchísima gente que ha salido de ambientes muy humildes, y sin embargo ha llegado a ser lo máximo dentro del mundo del arte. Como decía Malévich, el arte en todo es cuestión de sensibilidad, y de nuestro empeño y voluntad de desarrollar un papel ante la sociedad, y ante nosotros mismos, porque es nuestra vocación.

- Usted ha procurado mantener un discurso artístico coherente a lo largo de su trayectoria artística sin plegarse a modas y corrientes creativas y de pensamiento. El pasado año recibió el Nacional de Las Artes Plásticas, un galardón que le llegó por sorpresa.

- No estoy acostumbrada a recibir premios. He pagado muy caro por ello. Y la gente tiene respeto a mi obra. Cuando comencé era una mujer rodeada de hombres, estaba sola, en mi época era muy duro, nada que ver con ahora donde hay muchísimas mujeres en las escuelas de Bellas Artes, yo estaba en un grupo de hombres que me trataban a golpes. Mi papel era doblemente complejo, abría camino dentro de mi trabajo y como mujer, y he reivindicado muchísimas cosas desde siempre, y creo que el esfuerzo ha sido excesivo, no sé hasta qué punto compensa para una cosa tan justa como lo que demandaba, que se respetase mi trabajo, la libertad de expresión, que es lo que significa hacer un arte de determinada manera. No se permitía.

- Su producción ha girado en torno a la aplicación de las matemáticas y el cálculo en la creación artística. ¿Cómo surgió esta necesidad de comunicarse con las máquinas?

- Me interesó muchísimo en el Centro de Cálculo de la Complutense. Los americanos regalaron a España un ordenador enorme de aquella época y lo utilizamos para investigación. Éramos dos mujeres, Soledad Sevilla y yo, y ninguna de las dos teníamos acceso al ordenador de manera directa, solo podían trabajar con él los programadores. Me interesé por ello y soy la única persona que ha seguido trabajando con la informática durante toda mi vida. Conseguí una beca del gobierno americano y me trasladé a la Universidad de Columbia. El jurado decía: "¿Para qué quiere un artista una máquina?". La necesitaba para hacer mis cálculos. Soy muy perfeccionista y quería la exactitud, la perfección que me daba la máquina nunca la habría tenido si mis trabajos se hubieran hecho a mano. Aquello no era un juego, como ocurre ahora, quería que la máquina entendiera el lenguaje, creaba algoritmos y se generaba una figura que iba deconstruyendo, era cine completamente abstracto. Con la tecnología actual habría sido otra cosa.

- En época de crisis, la cultura vuelve a ser la industria del sacrificio.

- Me parece un gran error sacrificar a la cultura, y no solo en el campo artístico, esta situación es también perjudicial para la investigación médica y científica, cuando por ejemplo se gastan miles de millones en armamento.