La pregunta sobre la mala fortuna editorial de Domingo Rivero siempre va pareja al conocimiento de su vida, también compleja de exhumar en cuanto a sus años jóvenes en el París revolucionario de la Comuna y a su difícil equilibrio entre republicano y secretario de la Audiencia Territorial de Canarias. Estos enigmas empiezan a aclararse con la apertura por su nieto, el periodista José Rivero, de un museo en Triana (Torres 10) dedicado a su poesía y biografía, con la exposición de documentos hasta ahora inéditos. Se cumplen 160 años del nacimiento del amigo intelectual de Unamuno y consejero de Alonso Quesada, Tomás Morales y Saulo Torón, y arrecian los interrogantes sobre el silencio del autor, roto a lo grande gracias a una edición en Acantilado en 2006 con una presentación homenaje de Francisco Brines.

Este acontecimiento literario, no obstante, tuvo previos insulares con ediciones selectivas a cargo de Fernando Ramírez y Lázaro Santana (1966) y Jorge Rodríguez Padrón (1967), hasta llegar a 1994, en que el profesor y poeta Eugenio Padorno publica su poesía completa con un ensayo sobre la vida y obra del autor.

Pero fue en el año 1968 cuando Domingo Rivero perdió la oportunidad nacional, es decir, traspasar el limitado e íntimo espacio cultural de la Isla. El escritor Manuel Padorno y su esposa Josefina Betancor trabajaban por esa época en la puesta en marcha de Taller Ediciones JB, con sede en la calle Ambrós 8 de la Colonia Iturbe de Madrid, un sello que a partir de 1972 irrumpiría en el tardofranquismo con ediciones tan arriesgadas como las de Todorov, Kofman o Ullán. Según una carta fechada el 28 de agosto de 1968 [reproducida en esta página parcialmente], el autor de Oí crecer las palomas negoció con Fernando Rivero, hijo de Domingo, la edición de la obra completa de su padre. El acuerdo entre Manuel Padorno y el heredero se frustró por la oposición de uno de los seis descendientes del autor de Yo, a mi cuerpo. La negativa, que tuvo mucho que ver con una censura al sesgo republicano de Domingo Rivero, impidió un salto cualitativo para un escritor que ya había sido alabado por Dámaso Alonso.

Josefina Betancor recuerda que Taller Ediciones JB tenía en un puesto privilegiado, de cara a su catálogo de ediciones, a Domingo Rivero. "Estábamos dispuestos a transigir en muchas cosas, incluso que la edición fuese en piel, algo que no formaba parte, como después se pudo constatar, de nuestro estilo. Pero Manolo [Padorno] tenía a Rivero en un lugar especial, y su entusiasmo, y ahí [en la epístola] se puede observar, era muy fuerte", señala.

La carta, dada a conocer por primera vez y encontrada entre los papeles del autor del Nómada sale, describe a Josefina Betancor, que está en Madrid, su encuentro en Tafira con Fernando Rivero. Está como testigo el también poeta Manuel González Sosa e Isabel, esposa del hijo de Domingo Rivero. La reunión comenzó a las 19.30 y se prolongó hasta las 12 la noche. "Leí muchos poemas en alta voz, de Don Domingo; Manuel [González Sosa] estaba asombrado y apoyaba una y otra vez mis declaraciones de que Don Domingo había hecho una poesía más honda y metafísica que la de Unamuno, así mismo se había adelantado a Machado", le escribe Padorno a su esposa. En la conversación, según la epístola, Isabel asume el rol de instigar a su marido para que de una vez por todas se publiquen los poemas. La iniciativa no cuajó, aparentemente por agenda, y los manuscritos volvieron a la caja fuerte.