Un buen grupo de rock puede tener un yonqui,..., pero cinco yonquies no hacen un buen grupo de rock". La reflexión de Bobby Gillespie, cantante de Primal Scream, recogida en un libro de entrevistas firmado por Pablo Gil, El pop después del fin del pop (Rockdelux, 2004), podría parecer un gesto normal en la crónica de los excesos narcotizantes del estrellato musical. Pero no todos los artistas cuya carrera se ha cimentado en la provocación, en la velocidad de vivir deprisa y morir joven, haciendo buena la máxima de sexo, drogas y rock and roll, se prestan a airear su descenso a los infiernos de cualquier naturaleza, caprichos y extravagancias.

Lo que no cuenta el protagonista lo hacen sus biógrafos, los autorizados y los piratas. Y en ocasiones excepcionales, es el propio artista el que incurre en un ejercicio autobiográfico. La literatura musical ha encontrado en este modismo editorial la percha perfecta para airear de primera mano y sin distorsiones (mas allá de la autocensura del protagonista) los vicios y virtudes de las estrellas, sobre todo las de agrio carácter y poco proclives a dejarse entrevistar con el fundamento y atención mediática que requiere su personaje.

Más allá de los ejercicios de repaso vital en los que se han enfrascado músicos de hábito literario, caso de Bob Dylan y sus Crónicas aún por concluir, en los últimos años sellos como como Alba Editorial o Global Rhythm han sacado a la luz ejercicios autobiográficos de antología. Sirva como ejemplo, la trilogía satánica que forman los respectivos volúmenes firmados por Mick Jagger, Keith Richards y Ron Wood; la "biografía definitiva" del huidizo David Bowie, que saca al duque de su silencio de manera virtual; o las confesiones de un pecador, Nick Cave, a través de una antología de entrevistas. Un mundo de letras para conocer a fondo al músico.