Son los mismos de siempre, pero suenan mejor que nunca. Acostumbrado a escuchar su música en espacios abiertos, el público de Los Gofiones se tropieza en la presentación de Zafra, su último trabajo, con una dulce sorpresa. En medio del silencio del Guiniguada, que acoge desde el jueves y hasta el domingo este nuevo montaje, el oído se presta a escuchar con detenimiento cada una de las cuerdas, atemperadas con el mimo que les caracteriza. Las voces, convertidas en un instrumento más, se escuchan con nitidez y sin distracciones, más cerca que nunca, con un embeleso inusitado.

Las luces, tratadas con maestría por José María Jerez, contribuyen a crear un ambiente acogedor e íntimo donde el espectador se siente como en casa. Porque Zafra huele a la tierra recién arada y trae el recuerdo del abuelo, que tiraba al monte con su cabra loca. Y en cada acorde se sienten las raíces de la tierra y el eco de un legado compartido. A lo largo de sus 44 años de historia, Los Gofiones han contribuido a enriquecer ese acervo con su música y en Zafra, con un repertorio de más de treinta temas, están algunos de sus recuerdos y anécdotas más preciadas. Porque detrás de cada canción hay siempre un motivo y una historia que la sostiene.

Para esta ocasión Los Gofiones han revestido su música con arreglos atrevidos que nunca salen de tono, porque en el fondo está la melodía que descansa en la memoria y que suena familiar, aunque sea la primera vez. El violín de Carlos Marrero, el contrabajo de José Suárez y el piano de Samuel Pérez aparecen para enriquecer aún más la música y añadirle nuevos matices.

No hay cabida para sentir nostalgia de las plazas en las que acostumbra a tocar el conjunto, porque aquí los tiene el espectador a los músicos frente a frente, puede mirarles a los ojos y observar el gesto sentido de sus manos. La escenografía, sobria y elegante, no podía estar mejor escogida. Y una vez más la luz, que parece que también tiene algo que decir con su juego de sombras. Un espectáculo pensado al detalle donde no falta el regalo de algunos temas inéditos ni el guiño a la música cubana, muy presente en la tradición gofiona. Para terminar de zarandear al público en su asiento, llegó la nota femenina de la velada, de la mano de la cantante cubana Narmis Hernández, que puso su torrente de voz a recaudo de La negra Tomasa. Con Sitiera mía se hizo la fiesta, porque si algo no faltó en esta cita, como en todas las demás, fue la jarana. Por si no quedaba claro, Los Gofiones son parranderos, y ojalá que lo sigan siendo cuarenta años más.