Inesperadamente, la primera del Rigoletto verdiano fue el mayor éxito en lo que va de temporada. Al agresivo expolio de ayudas públicas responden los Amigos Canarios de la Ópera con lecciones de gestión que son para premio. ¿Cuánto tiempo puede durar esta alquimia que transforma en oro la escasez? ¿Hasta dónde llegará Mario Pontiggia haciendo nuevo y brillante espectáculo del reciclaje de decorados y vestuario? A mé che importa!, diria el cínico Duque de Mantua. Pero a miles de operófilos nos importa, y mucho. Cuidado, señor duque: la que se está armando va a ser muy seria.

Hacía siglos que no se daba un "bis" en la escena lírica de las islas. El domingo fue bisada entre aclamaciones la segunda parte del dúo de la vendetta, incluyendo el agudo estratosférico de la soprano. Salimos de la función convencidos de haber celebrado por todo lo alto el Día Mundial de la Ópera. Intérpretes y técnicos pusieron en juego lo mejor de sí mismos, entregados a la causa de demostrar a quien corresponda que esto no va a morir, hagan lo que hagan. Desde el foso, el maestro Stefano Ranzani estimulaba la escena con tempi de la más contagiosa vitalidad, seguro de la excelencia de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria y de las posibilidades del elenco. En el dilatado y grandioso espacio escénico daba la dirección de Pontiggia una respuesta paralela, sin decaimientos ni zonas de sombra. La potencia musical de Verdi, la riqueza de ideas y la garra exclusiva de su melodía dramática en una fase de genio creativo movían la danza con una intensidad perfectamente asumida por el Coro Masculino de la Ópera (¡brava Olga Santana!) y todos los solistas.

La más completa fue la debutante soprano georgiana Ninó Machaidze, joven estrella de 29 años dotada de un hermoso color uniforme en toda la tesitura, tan espléndida en el canto sensible como en el alarde, en la emisión plena como en la media voz y las filaturas, en la proyección dramática como en las vocalizaciones belcantistas. Sus acentos, matices y veladuras son de primadonna internacional en momentos de entrega sin reservas ni economías.

El barítono Alberto Gazale compuso admirablemente el atormentado protagonista, verdiano de entraña y expresión, generoso y exacto en la teatralidad. Su bella voz puede pedir un punto más de poder y oscuridad en los instantes imprecatorios (la maledizione, los cortiggiani, la vendetta...) pero exhibe en todas sus páginas un caudaloso instinto de comunicación.

El joven tenor siciliano Iván Magrí, tambien debutante, es todo sonoridad, temperamento y valentía en los agudos (nada menos que hasta el re) aunque la línea de canto y el redondeo del timbre aún admiten un grado más de refinamiento.

Contundente el bajo ruso Konstantin Gorny (Monterone y Sparfucille), musical la mezzo Rosa Delia Martín (Maddalena), estupendos los partiquinos, canarios en su mayoría: Francisco Navarro, Víctor García Sierra, Airam de Acosta, Carmen Esteve y Marina León. Y no menos brillantes las cinco bailarinas que animaron las escenas cortesanas. Este sorpresivo Rigoletto será largamente recordado.