El género negro le pierde. El escritor José Luis Correa (Las Palmas de Gran Canaria, 1962) estrena el año literario con la sexta entrega de las andanzas del detective Ricardo Blanco, el personaje de ficción al que presentó en sociedad en Quince días de noviembre (Alba, 2003), y al que da una nueva oportunidad de reconciliarse con la vida, ya más maduro y curtido en mil viajes, en su nueva novela Blue Christmas (Alba, 2013). En esta entrevista, el fabulador y profesor de Lengua y Literatura en la Universidad grancanaria, profundiza en la bonanza de un género que le ha hecho aparcar otras formas de su escritura.

- Han pasado diez años desde Quince días de noviembre, su primera incursión en la novela negra, hasta Blue Christmas. ¿Qué ha cambiado en el personaje del detective Ricardo Blanco en este tiempo?

- El personaje evoluciona, vas profundizando en sus historias. Yo lo cogí hace doce años con 40 y pocos años y ahora tiene 50 y pico. A lo largo de este tiempo le han ocurrido una serie de cosas, y aunque llevamos vidas separadas, le ha ocurrido lo mismo que a mí. Se nota y la gente lo dice. A la madurez del personaje se une la madurez del escritor. Las primeras novelas eran mucho más frívolas, menos trabajadas a lo mejor y sin la consistencia, la seriedad que tienen las actuales. Las dos primeras, Quince días de noviembre y Muerte en abril eran divertidas, al menos para mí. A partir de Muerte de un violinista, en 2006, fueron entrando en juego otro tipo de factores.

- Es frecuente en sus novelas que la supuesta trama principal deje de serlo en favor de otras historias paralelas y tangenciales del protagonista, de sus investigaciones.

- Al final sucede que lo que menos importa es la trama principal. En novelas de este tipo, y me he dado cuenta de ello en las tres últimas, lo que haces es una reflexión de la vida. Desde Un rastro de sirena, que se publicó en 2009, me di cuenta de que me interesaba más reflexionar sobre cosas que nos ocurren, sobre la vida en general, y la diferencia entre la novela negra y la policíaca, detectivesca o de enigma, está en que lo del crimen es una excusa para contar cosas de la vida, y en esta última está muy claro. Blue Christmas es una novela de crisis.

- Una novela fruto entonces de las circunstancias, de la crisis, de la angustia por el quebranto económico y social.

- No he sido yo solo. Hay una serie de autores de referencia, entre ellos el griego Petros Márkaris, que tiene una novela Con el agua al cuello en la que comienzan a aparecer banqueros muertos, cosa que divierte, y te das cuenta de que trata la crisis griega con una crudeza y naturalidad asombrosa, nada literario. Cuando la leí me impactó, tenía medio Blue Christmas montado, y me di cuenta que me pasaba lo mismo, me había dejado influir por todo ese Blue, y lo dejé como estaba en inglés porque no tiene traducción.

- ¿Un guiño quizás a la canción que popularizó Elvis Presley en el disco navideño que publicó en 1957?

- Claro, pero sobre todo porque es Blues, no solo azul, es triste, nostalgia, morriña, todo eso. Y se nota en la novela.

- ¿Cómo le afecta esa tristeza, la crisis en definitiva, a Ricardo Blanco y en qué medida se altera la geografía urbana y humana en al que se desenvuelve el investigador?

- Cambia todo, la geografía urbana y humana, se ha instalado en la ciudad una especie de panza de burro melancólica, todo el mundo habla de lo mal que está, es raro. E incluso el que tiene cosas buenas que contar no lo hace. Es malo, es vírico, como un contagio que necesita una cura, y si no cambiamos entramos en una dinámica Blues de todo. Todos los personajes son perdedores, es una novela de perdedores y perdidos. Los sospechosos, los hijos de la muerta, son todos perdedores. Y son sospechosos no porque sean malos, sino porque parece que cualquiera de ellos ha podido matar a la madre para llevarse la pasta. Todos sospechan de todo, e ilustra el estado grisáceo que se ha instalado en la sociedad. Apuesto por un cambio, que la gente comience a comentar esos cambios positivos.

- Dice usted que el personaje de esta saga ha entrado en una etapa de madurez que se hacía necesaria. ¿Le ha puesto fecha de caducidad?

- Estoy haciendo la séptima entrega. Antes alternaba la serie de Ricardo Blanco con otras novelas, algunas editadas como Échale un ojo a Carla, La hija del náufrago o Murmullo de hojarasca, pero en los últimos tiempos, y tengo tres o cuatro inéditas que nadie quiere, prefieren a Ricardo Blanco. Tengo que reconocer mi culpa y he terminado cediendo al marketing. Tenía cosas que contar del personaje y me gusta, pero me da una tristeza enorme estar dos años contando una historia y tenerla en el archivo sin nadie que la quiera, me da mucha pena. Quieren a Ricardo, pues sigo con él. Tengo muchas ideas sobre otras cosas que están ahí. No tengo intención de matar pronto al personaje. Por edad le queda caña, pierde la figura del abuelo, aparece una mujer fija en su vida, el juego está ahí. Vemos a un Ricardo de otra manera, estaba como despistado y aparece Beatriz, un nombre de mujer muy literario para rescatarlo a uno de la muerte. Entonces, intenta evolucionar y va a ir cambiando. En verdad, no se cuando me cansaré de él y me empezará a dar la lata. Por ejemplo, Alexis Ravelo me dice que empieza a estar cansado de Eladio Monroy, y a mí me divierte mucho Ricardo Blanco, me ha dado los mejores momentos de mi vida personal y literaria. Ahora tiene 55 años y desde que me deje de divertir me dedicaré a otra cosa.

- ¿Es la novela negra la excusa de género para desarrollar su propia literatura?

- El género es una excusa, y me da la impresión de que todo es negro, y no por lo deprimente sino por las tramas, o eres Federico Moccia o eres negro. No puedo hacer un best seller. Cualquier tema que quieras tocar todo sale negro porque es un cajón de sastre estupendo donde cabe todo. Es una novela social, sentimental y hasta histórica porque está reflejando un momento clarísimo, es incluso la novela de denuncia. Puedes denunciar situaciones sin que te metan en la cárcel, es una licencia poética. La gente demanda esa denuncia, está bien contar historias de amor, y de vez en cuando hay que aterrizar, y a la gente le gusta sentirse vinculado a lo que lee y que las cosas ocurran en la calle de atrás en la que vive, sentirse partícipe del escenario de la acción. Las referencias son cercanas e intentas obviar referencias o cargos caducos para evitar esa localización excesiva. Además si lo pones todo tan claro, desvirtúa, como esos libros electrónicos que le quitan al lector la imaginación e incluso limitas al escritor.

- ¿Se puede hablar de una generación o colectivo de autores canarios que reinventan y recuperan las formas del género?

- Esto no es una generación por muchos motivos. Hay diferencias de edad y estilos que es importante, y la crítica es que nada tenemos que ver entre nosotros. Lo que sí es común es el paisaje urbano, algo que hasta ahora había sido pudor entre los escritores, el uso de estos escenarios reales. García Márquez o Joyce son provincianos en este sentido, todos lo somos por interés universal. Y no nos avergonzamos de que la trama transcurra en Las Palmas, porque el tipo es de aquí. No es solo cambiar el escenario, sino cambiar la fisonomía, la ideología de los personajes. No podría cambiar los escenarios sin alterar la cosmopoética de la novela.

- ¿La actualidad informativa es un buen recurso para este tipo novelas? ¿Supera la realidad la mayor de las ficciones?

- Ya verás la cantidad de novela negra que saldrá con el tema del papa, es una oportunidad nueva. Solamente la explicación de la renuncia de Benedicto da para tres o cuatro novelas todas negras; el Vatileaks, los distintos lobbies alrededor del Vaticano. En España, el caso Urdangarin da para mucho, y en Canarias, el caso Kárate es la novela negra más atroz que he visto en muchos años, y que refleja la maldad exenta de culpa, que es lo que me parece más asombroso. El concepto de la culpa es fundamental en mis personajes, no me interesan los psicópatas porque falta un elemento que considero esencial en el ser humano: el sentimiento de culpa. Al tipo, lo escuchas hablar y no tiene amago de sentirse mal. Ha estado manipulando, pervirtiendo la niñez y la juventud a un montón de gente y lo vez más chulo que un ocho. Y más cosas como los dos viejitos de Guanarteme desaparecidos; los otros dos niños; las pateras, que ya cada vez vienen menos; y los episodios de maltrato, el tipo que le pega cuatro puñaladas a su mujer porque era mía, toda esa capacidad que tenemos de corrompernos, es novela negra.