Algunos evocaban a la joven Jacqueline du Pré, pero más allá de la alegría y el impulso juvenil me parecen muy diferentes. La violonchelista argentina Sol Gabetta, estrella ascendente en el escalafón internacional, debutó en la ciudad con un espléndido pianista francés, Bertrand Chamayou, que la eclipsó numerosas veces. Y no porque ella toque menos, que va sobrada, sino porque tiene un sonido "hembra", con perdón por el sexismo que sigue diferenciado el sonido macho y el sonido hembra del cello (nada que ver con el género). La extraordinaria calidad y calidez del Guadagnini de mitad del XVIII que ella tañe, permite un volumen más lleno y un fraseo más denso. La expresividad de la joven virtuosa es muy rica, y su técnica muy completa, pero la tapa enteramente abierta del piano y la autoridad del pianista invirtieron con frecuencia los papeles del dúo.

Por otra parte, las tres piezas del programa corresponden a autores -Beethoven, Mendelssohn y Rachmaninov- que tienen mucho que decir en armonía y sienten evidente predilección por el instrumento armónico. La música beethoveniana para esta combinación de cámara siempre ha sido "para piano y violoncello", según su propia expresión manuscrita, no al revés. Las preciosas Variaciones fuera de catálogo sobre un tema de La flauta mágica de Mozart, preñadas de invención y de gracia, sonaron admirablemente, sobre todo en lentos cantábile. Los vivos y rítmicos recibieron de Gabetta una acentuación exagerada, muy recortadita, que perjudica la fluidez del discurso. Ya en ellas se hizo notar la gran clase del pianista y su brillantez.

Más equilibrada entre ambos, la segunda Sonata en re, Op.58 de Mendelssohn fue un agradable diálogo con relieves de grandeza en el gran allegro inicial, espectacularmente ejecutado. En el scherzo volvió el fraseo redicho que la intérprete debería dulcificar un grado, como en el adagio o el intrascendente final.

Con la Sonata en sol menor Op.19 de Rachmaninov lucieron ambos no solo virtuosismo sino carisma, el gran aliento de la expresión romántica que anima los cuatro movimientos aunque carezcan de una inspiración excelsa. Pero la brillantez, la juvenilidad, el encanto y la buena imagen física de Gabetta conquistaron al público. Sus aplausos arrancaron dos bises: el scherzo ruso de la segunda Sonata de Shostakovich, y el popular Oblivion de Piazzolla. Buen debut, en definitiva, de una artista muy dotada y en proceso de maduración.