El maestro austriaco Christoph Campestrini debutó con suerte desigual en el podio de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Abrió programa una versión anodina y sobrada de peso de la Sinfonía clásica, de Prokofiev, también roma de humor e ironía en la enfática acentuación del autor. En suma, faena de "aseo y aliño" no más. Para darle gracia hubiera bastado aplicar al sonido la ejemplar lectura que recibió despues la Sinfonía nº en re, de Mozart, encantadora en sus cuatro movimientos ligeros, animados por un fraseo idóneo en los pesos, las luces y los detalles de carácter, tan acusados en las intervenciones de los vientos como llenos de intención en la aérea dinámica, los erectos de eco y otras singularidades del momento que abre la definitiva madurez en el catálogo sinfónico de Mozart.

Fue muy bueno el Doble concierto para flauta, clarinete y orquesta, de Jean Françaix, confiado a dos solistas de la propia orquesta: el clarinetista Radovan Cavallin y el flautista Jean-François Doumerc. Toda la obra, luminosa y grata, sin problemas tonales ni rarezas armónicas pese al año de su escritura (1991), está volcada en el juego virtuoso de los solos, alternados o combinados con originalidad e ingenio. Ambos utilizan tres instrumentos de diversas tesituras, del piccolo a la flauta grave y del sopranino o requinto al clarinete bajo, pasando por las afinaciones habituales. Lo curioso es que los graves aparecen en el scherzo -un poco apagada la flauta- y los más agudos en el mundano rondó final, guiños contradictorios que no solo despliegan posibilidades de timbre sino que incrementan la curiosidad ante un divertimento intrascendente. Cavallin y Doumerc estuvieron espléndidos (como siempre), fueron aplaudidos con mucho calor y regalaron a dúo una jota de alguien cuyo nombre no llegué a entender.

Cerró programa la Suite nº en sol, 'Mozartiana', de Tchaikowski. Se lució Campestrini en la ejecución generosa y brillante de un material algo "plasta". La sentimental Preghiera fue un alarde de empaste y calidad en los arcos de la Filarmónica, y pudimos ver -al fin- a la magnífica Mariana Abacioae en su rol de concertino, derrochando facultades y talento en el gran solo de la última variación, también signada por una prestación muy brillante del clarinetista Holger Schade.