Los cien primeros días del presidente Franklin Delano Roosevelt en 1933 crearon el concepto: cien días con 15 importantes leyes promulgadas, más una fortísima inversión en obras públicas, más decenas de mensaje oficiales conducentes a que los americanos superasen una crisis, la 1929, de la que, no obstante, EE UU y el mundo sólo saldrían gracias a la Segunda Guerra Mundial. Paradojas de la historia y de los «cien días» rooseveltianos.

En los cien primeros días de Francisco como Pontífice de la Iglesia nada nuevo se ha legislado (reforma de la curia a partir de octubre), nada nuevo se ha adoctrinado (encíclica con Benedicto XVI para fechas venideras), y la caridad económica del catolicismo sigue siendo la misma, generosa e intensa, que ya hace tiempo venía siendo como respuesta a la crisis del presente.

Sí ha habido nombramientos, la mayoría episcopales, pero los correspondientes a la jubilación canónica de las mitras y por sendas similares a las anteriores. Todavía no ha dado tiempo a que surja un episcopado con sello papal franciscano, tal y como en su tiempo logró forjar Juan Pablo II con marca wojtyliana, aunque lo hizo gracias a 27 años en la silla de Pedro (mientras que con Benedicto XVI no hubo tiempo para crear una identidad episcopal en la práctica). Antes, también había existido un episcopado montiniano, cuya cabeza visible en España fue Tarancón, estrecho colaborador de Pablo VI. Entre los mitrados montinianos y wojtylianos se produjo una cesura no poco visible. A Tarancón le sucedieron en Madrid Suquía y Rouco, y por éste último ya suenan las campanas de retirada, dicen los cronistas.

¿Cómo serán los obispos de Francisco, si llega a crear cuerpo? El asunto es nuclear en una institución tan jerárquica. El Papa Bergoglio acaba de acentuar lo que su antecesor Ratzinger ya había enunciado varias veces respecto al carrerismo en la Iglesia. "Pastores cercanos a la gente, padres y hermanos, amables, pacientes y misericordiosos, que amen la pobreza interior como la exterior, que es sencillez y austeridad de vida; que no tengan una psicología de príncipes", les ha dicho en una reunión vaticana a los nuncios de todo el mundo, hacedores administrativos de obispos. "Estad atentos a que no sean ambiciosos, a que no busquen el episcopado y a que sean esposos de una Iglesia, sin estar constantemente buscando otra".

Ambición y promoción, las dos rémoras del episcopado, aunque la segunda forma parte de la misma constitución jerárquica de la Iglesia. Primero, obispo auxiliar o de pequeña diócesis; después, una mayor o arzobispado; más tarde, sede habitualmente cardenalicia o, tal vez, la curia de la Santa Sede. Tal vez desmontar el escalafón suponga desmontar la jerarquía mal entendida, pero, al menos, el Papa Bergoglio, como jesuita, sabe lo que es un superior provincial que después se convierte en mero director espiritual de una parroquia perdida. En sus primeros cien días Francisco ha mostrado con claridad el ideal cristiano del obispo y del sacerdote (también sometido a la promoción parroquial). Insistimos en que ésta es la espina dorsal de la Iglesia ("nada sin el obispo", decía Ignacio de Antioquía), pero la pregunta es si el Papa dictará alguna norma para alcanzar dicho ideal o ello se dejará a merced de una reforma de las costumbres a imagen y semejanza de lo que Francisco hace y predica.

Pero para configurar un nuevo estilo de Iglesia hacen falta tantos años como los de Juan Pablo II, aquel Papa cuyos primeros cien días también causaron gran impacto. Sus catequesis sobre el amor cristiano parecieron revolucionarias y el ritmo papal rompió los lentos cronómetros del Vaticano. Sin embargo, a Wojtyla se le impuso la tarea restauracionista tras el postconcilio, mientras que a Francisco se le ha entregado una Iglesia con esa labor ya realizada.

El mensaje de fidelidad a la Iglesia, al Papa y a la doctrina católica ya habían sido enunciados miles de veces. Incluso el Papa Benedicto XVI había dedicado su tiempo a mostrar dicha fidelidad como razonable y racional, en tanto que fidelidad al mensaje de Jesucristo mediante una fe explicada y cabal.

En esa tradición inmediatamente anterior, los mensajes del Papa Bergoglio durante cien días han sonado totalmente nuevos, y no porque predique lo contrario, sino por el instinto pastoral que le caracteriza. Una chispa de estos días: "Nunca he visto un camión de mudanza detrás de un cortejo fúnebre, nunca", ha dicho respecto al atesoramiento de riquezas en este mundo. Los mensajes de Francisco son llanos, directos, humanos, y ese hecho ha de ser resaltado en una Iglesia que habitualmente se duele de las dificultades para transmitir la fe.

Pero, así como a Wojtyla le dijo una vez un colaborador: "Creo que vienen a ver al cantante, más que a escuchar la canción", a Francisco le cabe la fortuna de haber conquistado en cien días la percepción de católicos y no católicos, lo cual significa un punto de partida favorable (en Benedicto XVI la audiencia no hallaba simpatía), pero las cuestiones inmediatas serán más arduas.

No cien, pero sí 89 días después de ser elegido, el Papa Juan XXIII -bastante roosveltiano- convocó el Concilio Vaticano II. Muy pocos esperan lo mismo de Francisco o de cualquier Papa. Es más, el cardenal Medina Estévez declaraba hace poco que no veía en la Iglesia una generación de teólogos tan rica como la que hubo en el Vaticano II. Una Iglesia sin teólogos -tan esenciales en el cristianismo desde Pablo-, sólo puede sobrevivir mediante pastores inteligentes y humanos. Tal vez ése sea el mensaje central de los primeros cien días del Papa Francisco, que han tenido muy poco de roosveltianos.