Si la ficción aspira a aproximarse a la realidad, la novela negra sondea esa dimensión de la realidad que permanece en la penumbra. "Son las novelas que cuentan la cara B de la ideología", afirma el escritor grancanario Alexis Ravelo, recientemente galardonado con el XVII Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe por su última obra La última tumba, que saldrá a la luz el próximo mes de octubre. Pero a pesar del laureado éxito que han cosechado sus novelas criminales, desde los libros que componen la saga de Eladio Monroy hasta la reciente La Estrategia del pequinés, Alexis Ravelo prefiere escribir desde el lado de los perdedores. Yonquis, obreros, inmigrantes, dipsómanos, putas, jubilados, buscavidas y parados son los antihéroes que protagonizan las tramas urdidas por Alexis, donde las auténticas heroicidades residen en los pequeños actos de dignidad de los ciudadanos anónimos.

Crítico con las élites del poder que trepan por la escala social sobre las nucas de los ciudadanos, Ravelo no cierra los ojos ante el desorden y las desigualdades que vertebran el panorama social, sino que los cartografía y los transforma en novelas. Desde Eladio Monroy hasta Tito el Palmera, sus personajes conviven y se enfrentan a múltiples autoridades y medios de comunicación empantanados en la corrupción, blanqueadores de dinero y altos mandos o empresarios triunfadores que compran intereses y silencios. En la toma que inaugura la saga, Tres funerales para Eladio Monroy, la hornada de poderosos se caracteriza por ser ese tipo de personas que residen en mansiones o chalés y "miran todo desde lo alto".

Pero el escenario concreto en que se desarrollan las tramas de las citadas novelas es la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, "ciudad que amo y odio a un tiempo", explica el autor grancanario, que la reviste siempre con lugares y elementos imaginarios para trasladarla al terreno de la ficción, pero siempre bajo el principio de verosimilitud. "Los autores literarios no hacemos mapas ni geografía, hacemos paisajes", explica Ravelo, "la clave está en que el autor sepa novelar la realidad y que el lector se reconozca en ella". Como el París de Cortázar o el Dublín de Joyce, Ravelo traza un microcosmos negro particular en el interior de los más de mil metros cuadrados que conforman la Isla, por cuyos paisajes desfilan y se encuentran los "supervivientes y buscavidas" que se descubren ante el lector. "La sociedad grancanaria me parece muy interesante porque tiene una gran estratificación y, sin embargo, hay una gran mezcla", apunta el autor, "la intención de poetizar el paisaje siempre está presente en mis trabajos porque, como apuntaban Agustín Espinosa y Pedro García Cabrera, los creadores de las islas tenemos casi la obligación de mitificar el paisaje, de hacerlo leyenda, de poetizarlo". Por lo general, Ravelo esboza el argumento en su mente antes de sentarse a escribir y, luego, estudia qué escenarios son plausibles y adecuados a ese argumento. "En otras ocasiones, me sirvo vilmente de planos o de Google Earth, pero eso tiene un problema: no hueles".

Cuando Eladio Monroy abandona su domicilio, emplazado en la Calle Murga, número 15, toma la calle León y Castillo y se dirige al bar Casablanca donde, desde su mesa habitual de chapa galvanizada, hojea el periódico del día mientras paladea el cortado que indefectiblemente le sirve Polifemo Casimiro, propietario tuerto y multitareas del bar. Se trata de aquellos pequeños rituales que tejen nuestra rutina diaria, los mismos que posibilitarán que, por ejemplo, en Solo los muertos, Eladio Monroy siga la pista de Héctor Fuentes, un ejecutivo homosexual que huye a Gran Canaria con los oscuros secretos de una gran multinacional como equipaje. Amante de la buena literatura, como tantos personajes de Ravelo, Fuentes frecuentará la pequeña librería Ei2, que emula a las que adornan la Calle Mayor de Triana y cuyos libros son despachados por Gloria, la atractiva vecina de Monroy. El ex marinero localiza a Fuentes entre las estanterías para perseguirle por esta arteria principal hasta que el segundo se detiene en la antigua terraza de El Mordisco, donde Monroy le vigilará oculto detrás de la estatua del Doctor Negrín. A partir de entonces, la trama se interna en una espiral de crímenes, ardides e intrigas con todos los ingredientes del hard boiled, sazonados con la ironía, la subversión y los reveses más insólitos que Ravelo localiza en las calles de Gran Canaria.

Alto, corpulento, con la cabeza rasurada y una letra K tatuada en el antebrazo, Eladio Monroy es un antiguo jefe de máquinas de la marina mercante y divorciado, que complementa su pensión con trabajos esporádicos no muy legales para personas puntuales no muy fiables. Además, esta combinación tiene el aderezo de un talento innato para enfangarse en los asuntos más cruentos y turbulentos. En las novelas de Ravelo, los habitantes que conviven en Las Palmas de Gran Canaria se construyen en su ciudad, con la que se mimetizan y en la que se miran, de manera que en múltiples escenas del libro afloran todas las contradicciones que subyacen a las ciudades, las sociedades y a los individuos. "En los libros de Eladio Monroy, lo que mejor describe la ciudad no es un espacio o una calle concreta, sino el carácter de Eladio: me di cuenta de que este personaje era la ciudad", explica Ravelo. Por este motivo, la personalidad de Eladio es un mosaico de oxímorons, claroscuros y contrastes: es un tipo sentimental y violento, duro pero tierno, superviviente y perdedor. Su vestimenta campechana se alterna con un perfecto dominio de Internet y, luego, suele emplear un lenguaje soez mientras, a un tiempo, lee a los mejores literatos. "Eladio representa a esa ciudad de los portuarios que, de repente, se ha metido en la globalización", cuenta Ravelo, "es una ciudad que va muriendo y, a la vez, trata de sobrevivir, como mis personajes".

Los recorridos por la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria a través de las vivencias de Eladio Monroy, el comisario Déniz o la dulce Gloria son también viajes por las autopistas internas de los personajes y, por tanto, constituyen un espejo al que enfrentarse en cada giro inesperado de la trama. Como en la vida, la certidumbre de la muerte acecha en todas las esquinas de las novelas de Ravelo. En esa inexorable partida donde el ser humano siempre pierde, Ravelo trata de poner al lector contra las cuerdas para cuestionar quiénes son los verdaderos criminales de la sociedad: ¿Un asesino a sueldo es peor que quien lo contrata? ¿Quién mueve los resortes del Estado de Bienestar y cómo se engrasa realmente esta maquinaria? ¿Puede llamarse democracia a una sociedad donde los grandes crímenes perpetrados por los más poderosos permanecen silenciados e impunes?

En La Estrategia del pequinés, Tito el Palmera toma la calle Veintinueve de abril, en el corazón del puerto de la ciudad, para desembocar en la lóbrega calle de Juan de Miranda, "la calle del pan duro, que por el día son la abulia y el vacío y, por la noche, la unánime sordidez del bajo fondo". Para huir de la miseria y la desidia que roen a un tiempo su solitario hogar y su existencia, el Palmera discurre por la calle Venegas mientras trenza el sueño de fundar una cafetería con desayunos, menús y pasteles. Al mismo tiempo, en el sudeste de la isla, en la playa de El Burrero, Carlos el Rubio desliza la medicación de Estela en su desayuno mientras clama al cielo por la pronta recuperación de su mujer enferma. En este punto inicial de la trama, Ravelo abre un interrogante fundamental: ¿Hasta dónde es capaz de llegar un hombre con fe? Antes de mancharse las manos de sangre, los personajes de Ravelo acariciaban esperanzas y proyectos. Una vez atrapados en callejones grancanarios con salidas ausentes, algunos se aferran con avidez a las efímeras briznas de belleza que entraña la existencia, como hace el hombre grande en Los tipos duros no leen poesía, un asesino sin escrúpulos que halla consuelo en la poesía de Pepe Hierro y de Joan Margarit.

Pero la mayoría anhela una vida digna y apuestan su piel al alto coste de los sueños porque no tienen nada más que perder. "La novela negra es muy sartreana porque sus personajes están muy solos y tienen que decidir", explica Ravelo, "es una novela existencialista porque nos habla del continuo acto de responsabilidad que supone asumir tu libertad como individuo". La hermosa Cora, una prostituta de lujo cuya belleza languidece con la carga del tiempo, es la última en embarcarse en el peligroso atraco que planean El Palmera, El Rubio y Júnior al poderoso Larry, al que Cora tendrá que hechizar con sus encantos en un bar de la calle Mendizábal, en el casco histórico de Vegueta. Cuando los planes comenzaron a torcerse, la bella Cora expresó: "En este mundo solo hay dos tipos de personas: los ganadores y los perdedores. Y tú y yo no somos ganadores. La gente como tú y como yo pierde siempre". Es posible que Ravelo se vengue y se reconozca en algunos de sus personajes, esos supervivientes que se mueven en el tablero de la vida y, sabiendo que van a perder, " comparten la posibilidad de convertirse en un ser humano mejor".