La Atlántida, territorio de dioses y cuna de paraísos terrenales tiene tras de sí una leyenda más grande que su existencia propia. Durante siglos, muchos han tratado de situar en el mapa el continente perdido, que la furia del mar se tragó, según Platón, "en un solo día y una noche terribles".

El escritor cacereño Mario Roso de Luna, maestro español de las corrientes teosóficas que impregnaron el pensamiento de principios del siglo pasado, no tenía ninguna duda de haber encontrado los vestigios del mítico continente, unas islas en medio del océano asentadas sobre "una gran zona volcánica, donde surgen islotes que antes no existían o arrecifes conocidos por los navegantes por desaparecer sin dejar rastro", afirmó en su obra De Sevilla al Yucatán. En esta novela de 1918, una verdadera rareza que se mueve entre el espiritismo de lo irreal y lo confuso del ocultismo, la aventura absorbe a los "amantes de lo hiperfísico" en un largo viaje por el Archipiélago canario, paraíso atlante.

"Estas islas no son simples erupciones de volcanes, por más que hayan sido probadas por el fuego, sino porciones de una tierra primitiva que se ha hundido", desarrolló en su novela. Este amplio continente, situado en el "mar tenebroso", muestra vestigios de lo que algún día fue, a través de "los inmensos precipicios de sus montañas, los tajos ciclópeos de sus costas, capas inmensas de basalto fundido sobre conglomerados y arenas sueltas". Diferentes estudios lo afirman, asevera uno de los personajes, además de que "gea, fauna y flora lo demuestran". Los rastros del viejo continente emergen salpicando los mapas con las tierras de la Macaronesia. Las "islas eternas" o "islas de la felicidad" junto a las Azores, Cabo Verde y Madeira representan el rastro de un "continente atlántico unido a la Península Ibérica y Mauritania".

Repentina catástrofe

Como pruebas, una gran recopilación de evidencias recogidas por los protagonistas en un viaje a lo largo de las aguas del desconocido océano con parada en los enclaves volcánicos canarios. "El archipiélago acusa a las claras que allí actuó una repentina catástrofe", manifiestan los viajeros, "las isletas de Gran Canaria, al igual que El Hierro o Lanzarote, tiene dos cadenas, una de rocas basálticas antiguas y otra de lavas modernas", reflejo de un continente más antiguo desgajado.

A bordo de una barca alada, el misticismo de Roso de Luna traslada su "lira" de personajes desde una tierra sumergida al conjunto isleño, donde un paseo por las tierras de la Atlántida culmina en una mezcla de idílica realidad y fantasía, tierra mística de héroes y espejismos producto de historia y leyenda. La primera parada, "el faro de Punta Delgada, de la Alegranza, la mas boreal de las isletas canarias," para adentrarse en el complejo de islas "cuna de todos los placeres". "Tras los volcanes de Tamadaba en Gran Canaria" hasta "la hermosa cordillera de 'Ananga', en Tenerife", los personajes teósofos de Roso de Luna se dan un paseo por "La Graciosa y su simbólica playa del ámbar" o al inaccesible "campanario de Roque del Este, a donde no han llegado más de seis personas". De mano del Mencey de Bencomo, dueño del 'Echeide', volcán de Tenerife, descubren a la raza de los guanches, "menos gigantes de cuerpo que de espíritu", resultado de "arresto fiero de fuerza y resistencia" y capaces de "saltar a pies juntos grietas de más de tres metros", herederos de los poderosos atlantes euroafricanos. Estos superhombres, residentes de paraísos idílicos, son dueños "de las puertas al mundo de los muertos, el limbo cristiano, conectado a través de las hileras de cuevas isleñas".

Según el autor, solo ellos conocen el secreto de la "isla non trubada" o de San Borondón, que "ha sido vista y descrita por la inventiva de muchos", y que desaparece a placer ante los ojos de los navegantes. Enclave de fenómenos extraordinarios, "edén de la leyenda universal, cuna de indescreptibles delicias", que se esfuma como espejismo para aparecer entre las nubes de las cumbres de La Palma, isla de la que dista unas 40 leguas.