La venganza es un plato que se sirve con paciencia. Esa es la idea que atraviesa La última tumba, la última novela del escritor grancanario Alexis Ravelo, que presentó ayer en el Ámbito Cultural de El Corte Inglés y que se alzó este año con el XVII Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra.

Introducido por el también escritor Emilio González Déniz, ambos novelistas desgranaron, con su habitual ironía, el andamiaje con que Ravelo logra ensamblar con maestría una novela criminal y negrísima, pero cuya oscuridad alumbra los entresijos de la realidad que nos rodea. La trama gira alredededor de la terrible historia de su protagonista, Adrián Miranda Gil, un chapero drogodependiente que acaba de culminar su condena en la prisión del Salto del Negro por un violento asesinato que no cometió, y que decide acometer un minucioso plan de venganza con la misma paciencia y meticulosidad con que lo urdió a lo largo de 29 años entre rejas.

Arropado por los estribillos de Lou Reed y en el habitual marco de Las Palmas de Gran Canaria, la voz del protagonista recorre en primera persona las páginas de la novela más cruda de Ravelo, a través de audaces soliloquios en los que aflora la bicefalia de este ex convicto, cuya avidez de venganza se cruza con la tentación fugaz de una verdadera libertad sin tumbas. Con un pulso narrativo tan preciso como el mapa sangriento que traza Miranda al volante de su Seat Trans, Ravelo vuelve a cartografiar los conflictos de una sociedad que hereda estructuras criminales del pasado, aunque ahora hayan cambiado de despacho. Pero quizás lo más interesante de la novela es que Ravelo retrata con solidez y sin piedad la complejidad interior del más peligroso criminal, moldeado durante tres largas décadas de encierro y de lectura. Aunque a Adrián no le mueve el impulso de una venganza ciega, sino la lucidez del que diferencia entre el delito y la "crueldad más absoluta".

Mientras se desliza por las arterias de los bajos y altos fondos de la ciudad, Miranda se descubre en una ciudad que ha cambiado de piel pero que debajo revela los mismos mecanismos de un sistema capaz de reprimir la voz de los inocentes a golpe de talonario, porque, como dice el autor, "a la cárcel no van los malotes, sino los malotes que no tienen dinero".